“En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: -«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19, 25-27)
Celebramos hoy el día de la Virgen de los Dolores; dolores por el amor a su hijo, por el amor a Dios, y Jesús quiere que sean a su vez dolores por amor a sus hijos, que somos todos nosotros.
El espectáculo en el Calvario, que nos narra el evangelista, es desolador; le injurian, se burlan de El, otros indiferentes le miran. Pero no hay ningún rencor en los ojos de Jesús.
Jesús mira y se ocupa de su madre y de sus discípulos. Cuando le dice al discípulo “Ahí tienes a tu madre”, El nos da lo que mas quiere, a su madre, como madre nuestra. La madre que no perdió nunca la fe en su hijo, la que le acompañó hasta la cruz, sufriendo como madre que le había engendrado. Es al contrario, cada vez crecía más su fe al darse cuenta, y entender, que su hijo era el hijo de Dios.
Recordemos lo que dice sobre este evangelio el Papa Francisco: «Jesús encomienda a la Virgen el presente y el futuro de su Iglesia, para que todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de su cruz».
Y ahora mirémonos a nosotros, la Virgen María es nuestra madre. ¿nos sentimos sus hijos?, ¿vivimos como hijos de Dios?, ¿estamos dispuestos a poner en práctica lo que dijo María a los que servían en las bodas de Caná: “Haced todo lo que El os diga”?
Vayamos al Señor pues, a través de la Virgen, como madre nuestra que es. Recíbela tú también en tu casa.