«En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Él le preguntó: “¿Cuáles?”. Jesús le contestó: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. El muchacho le dijo: “Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?”. Jesús le contestó: “Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego vente conmigo”. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico». (Mt 19,16-22)
César Allende
Uno, que podríamos ser “uno de nosotros”, se acerca a Jesús y le pregunta, así como si tal cosa, cómo se hace para conseguir la vida eterna… ¡nada menos!
Es una pregunta que lleva en cada una de sus letras, invisceradas, otras muchas. De hecho todas ellas forman la constelación de cuestiones frente a las que la humanidad no ha descansado nunca, ni podrá descansar jamás, porque para responderla adecuadamente necesitaría justamente eso: toda una vida eterna, sin fin.
Algo profundo nos quiere proponer, pues, hoy Mateo en este fragmento de su capítulo 19. Solo uno es Bueno. Esta palabra de Jesús enfrenta a dos “unos”: de un lado el Uno absoluto, Dios; y del otro a nosotros, “unos” relativos y limitados. Como espada de doble filo, la Palabra simplifica nuestra posición esencial en la vida: o tomamos opción por Dios o la tomamos por lo nuestro, es decir, por el dinero. La cuestión no se resuelve solo en el orden de la comprensión filosófica de la realidad y su sentido, sino que implica, además y, sobretodo, el obrar y la responsabilidad de transformare lo cotidiano. Que Dios sea Uno y Verdadero significa que la fe por igual atiende a la comprensión de la dimensión transcendente de lo creado y a la posibilidad de ordenarlo conforme al plan de salvación que Dios tiene respecto de ello.
O Dios o el dinero, vuelve a plantearnos el evangelio de hoy. Se trata de una reiterada alternativa que fomenta nuestra libertad: uno que se acerca y el Dios que es Uno y el único Bueno; lo que el joven ya ha cumplido (toda la ley) y lo que aún le falta; los bienes de aquí abajo y el tesoro en el cielo; y sobretodo, la alternativa que Jesús presenta como radical y sin marcha atrás o mirada atrás, una vez puesta la mano en el arado: lo de antes del encuentro con Jesús y el “luego ven y sígueme”.
Maravillados, asistimos a una progresión en el pensamiento de Mateo sobre alternativas perfectamente estructuradas en torno a la vida eterna. Si concentramos esta doctrina de Mateo en una sola propuesta de gracia y salud para nuestra vida ordinaria, podríamos decir que el corazón del mensaje evangélico es que Dios Padre es el hontanar de la vida, y el Señor Jesús quien dispone esa vida para nosotros en un incalculable tesoro de gloria para esta existencia de ahora y para la definitiva del cielo.
Pero el texto esconde aún un estrato mas hondo. Este tesoro de gloria se manifiesta en el vivir ordinario como una liberación de la tiranía del dinero que se logra minando y ahondando en el corazón hasta encontrar el filón del Reino de Dios ya presente en nosotros. Dice Mateo que quien se acerca a Jesús es un “neaniskos”, un adolescente, a quien le falta, obviamente, un punto de madurez…, ¡pero no en el sentido que ordinariamente indicamos nosotros en el proceso hacia la adultez, sino en el inverso!: en el evangelio el niño es el hombre maduro, capaz de alcanzar el reino; justamente, la perícopa Mt 19,13-15 sirve de pórtico a 19,16-22, que comentamos, y trata de la condición de ser niño para entender en qué consiste la posesión de la vida eterna; solo quien es niño en la fe, adulto en la fe, ahonda tanto, que encuentra el venero de la vida; porque solo siendo niños puede aceptarse la propuesta de gracia de Jesús: que renunciando a ser rico se alcanza la riqueza plena, que repartiendo todo lo que uno tiene, se viene a la posesión de un tesoro inagotable.
A través del texto de Mateo y de sus paralelos en Mc 10,17-22 y Lc 18,18-23 y cotejándolo con Lc 19, 1-10, es posible hacerse una idea del esquema mental que el joven poseía sobre esta vida y la otra…, que está en las antípodas del que Zaqueo obtiene al descubrir que dividiendo por dos sus bienes y restituyendo lo defraudado en cuatro veces más, hacía el negocio de su vida. En el Reino de Dios (en lo tocante al dinero) la economía va al revés: restas, divides y repartes y resulta que sumas y multiplicas…, si luego vas y sigues al Señor, claro. La sabiduría de “estas cosas” solo la alcanza quien es como los niños.
El “neaniskos” de Mateo se fue triste; nada raro: el dios dinero tiene eso, que sus servidores viven amargados porque en realidad solo tienen penas y calamidades, o, como le escribe Pablo a Timoteo, sufrimientos sin medida (1Tim 6,10; St 5). El mismo Jesús nos lo enseñó: eso le pasa a quien atesora para sí y no para Dios; parece como si se refiriera a lo que pasa en la Europa de hoy mismo; parece no, es que se refiere a ello. El evangelio de hoy es una exhortación seria a madurar y crecer, es decir, a gatear como niños hasta el cielo, por los peldaños de la humildad y el discernimiento sobre las riquezas, que la vida no está asegurada en ellas, y que la codicia es la raíz de todos los males.
María, la madre del Señor, nos alcance de Dios vernos libres de la tiranía y servidumbre del dinero.