¡Qué fácil es imaginar lo que me gustaría que ocurriera! Cómo puedo pasar horas pensando qué sucederá mañana; qué planes podría hacer para el verano; qué le voy a contar a Marta cuando la vea esta tarde… El tiempo pasa y llego tarde a todos los sitios. Es una forma muy curiosa de estar ensimismado: jugar con un futuro incierto mientras descuidamos un futuro que se nos escapa. ¿Acaso lo que tenemos a nuestro alrededor ha perdido para nosotros todo interés? Es posible. Hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante la realidad.
Sin tontos romanticismos. No hablo de sobrecogerse ante la luna imponente en una noche oscura, ni de perderse poéticamente en los ojos que te miran. Asombrarnos ante la realidad significa no perder de vista que detrás de cada cosa se esconde una infinidad de posibilidades para que cada segundo de mi vida se convierta en una aventura; que puedo saborear cada instante de las decisiones que tomo; que en cada persona puedo encontrar —no ya una palabra— un gesto que me lo diga todo acerca de cómo puedo ser feliz.
Tengo que darme cuenta de que —con toda la sensatez y madurez del mundo— debo prepararme para que cada cosa que me suceda tenga un punto extraordinario. Ninguno de mis planes futuros va a ser apasionante si no hay nada ni nadie a mi lado que encienda en mí esa chispa de entusiasmo que necesito. Estoy empezando a vivir los mejores años de mi vida y me voy dando cuenta de que en aquellos momentos que recuerdo como los más importantes, siempre había alguien conmigo, siempre había una forma nueva y compartida de mirar lo que nos estaba pasando en ese instante. Por eso he conseguido aprender algo en medio de una buena conversación entre amigos. Pero también he crecido mucho en los momentos de dolor, cuando me atreví a acoger con amor y sencillez aquello que tenía delante, las únicas posibilidades que eran reales, aunque no me agradara lo que tenía delante de mis narices. Sin embargo hoy no sería tan feliz de no ser porque había algo delante de lo que aprender y eran mis narices las que estaban en juego. De todos los trabajos que tenga, ninguno será tan difícil ni estará tan bien recompensado como el de acoger, aprender y disfrutar de la riqueza del presente.