En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano» (San Lucas 6, 39-42).
COMENTARIO
La Palabra de Dios de hoy es la buena noticia que nos trae este pasaje de Evangelio, pues es ella la que ilumina nuestra vida y nos ayuda como buen colirio a quitar la viga que nos ciega y por otra parte nos regala una visión misericordiosa y hábil que nos libra del juicio hacia los demás.
El Señor con esta palabra nos pone en estado de alerta contra el juicio temerario y siempre injusto. Un hombre, por ejemplo, peca por cólera, tú le reprendes con odio. Y la misma distancia hay entre la cólera y el odio que entre la mota y la viga. Primeramente, echa lejos de ti el odio: después podrás corregir al que amas (San Agustín). Es el vicio que nos acompaña, ser indulgentes con nosotros mismos y severos con los que nos rodean. El Evangelio nos habla de otra actitud, la de un juicio de amor y no de condena.
Jesús no ha venido al mundo para juzgarlo (Jn 12, 47) sino para salvarlo. Esto quiere decir: Si yo no juzgo, tampoco juzgues, pues eres mi discípulo.