«En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: “¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga”. Les dijo también: “Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”». (Mc 4,21-25)
Jesús ha elegido a los suyos y recorre los caminos de Galilea, enseñando y dando a conocer, aun en parábolas, cómo es el reino de Dios. Nos puede parecer una contradicción que Jesús hable de poner a la Luz, al mismo tiempo que expresa de forma “enigmática” su mensaje por medio de parábolas. ¿No sería más fácil que dijese las cosas con claridad?
El problema es que ante la palabra, no solo necesitamos escuchar, sino fundamentalmente y como hizo la Virgen, “guardarla en el corazón. Es de ahí de donde nace la iluminación, la respuesta a la escucha. Es en el corazón, cuando está abierto al Señor, donde el Espíritu Santo hace brotar los talentos. Como dice la palabra, en la medida en que cada uno se ha abierto a ella.
La clave nos la da el mismo Jesús: “El que tenga oídos para oír que oiga”. Sus parábolas nos plantean dudas. No parecemos entenderlas, por lo que es necesario dejar atrás la razón y pasar a la fe para ser capaces de penetrar en ellas. Por lo tanto, para recibirla debemos enfrentarnos a ella con “un corazón quebrantado y humillado”, porque es a esos corazones sufrientes —no a los de piedra— a los que el Señor le revela la palabra.
Así se entiende la expresión “la medida que uséis la usarán con vosotros”. No habla, en este caso, de nuestros actos, sino de en qué medida recibimos su palabra. ¿Cuánto abrimos el corazón a su palabra? ¿Dónde lo tenemos puesto? ¿Qué perseguimos? ¿Seguimos con el corazón orgulloso juzgando lo que nos rodea, o somos conscientes de nuestras debilidades?
Todo lo que el Señor habla a nuestro corazón es para que lo descubramos en toda su magnitud. Y este descubrimiento será mayor cuanto más le abramos las puertas, evitando reservas, distracciones o dobleces. Es de ahí de donde debe nacer todo fruto para ser fruto del Espíritu Santo y no nuestro, no de nuestros deseos, planes o proyectos.
Aprendamos a disponer nuestro corazón por medio de las armas que nos ha proporcionado el Señor, limosna, ayuno y oración, para que sea Él quien nos revele el camino a seguir.
Antonio Simón