Este es uno de los “argumentos” más frecuentes que se escuchan cuando un católico intenta explicar la doctrina de la Iglesia en una conversación de café, con amigos o conocidos del trabajo; en un ambiente no precisamente eclesial.
Cuando en ese contexto alguien hace algún comentario jocoso sobre el Papa o los obispos o las opiniones de la Iglesia en temas de los que el mundo ha hecho una bandera intocable —la sexualidad, la eutanasia, el aborto, el matrimonio, la homosexualidad, etc.—, casi siempre algún pobre católico, con la mejor voluntad, pica el anzuelo del comentario hiriente y trata de salir en defensa del Papa o de la Iglesia. Tras algunos intentos de explicación su argumento es cortado con una frase contundente de gran fuerza expresiva e intelectual, que en el castellano de la calle suele sonar así: “¡Aaaaaamos veeeengaaa ya…!“.
no callar para no otorgar
Valga un ejemplo: alguien escucha en el típico café de descanso del trabajo, de labios de un compañero poco frecuentador de iglesias, que el Papa es un fundamentalista indeseable, al que parece importarle un pimiento que el SIDA se extienda por todo el mundo, oponiéndose al uso del preservativo, con una conducta obstinada y retrógrada sobre la sexualidad.
El compañero de trabajo que sí suele ir a su parroquia los domingos y que conoce la doctrina de la Iglesia, tratando de vivirla, al escuchar el hiriente comentario, con toda la calma que el Espíritu Santo le pueda conceder, sale a defender al Papa.
En primer lugar trata de explicar que la Iglesia lo que verdaderamente propone al hombre, antes y después de la pandemia del SIDA, es que la sexualidad no es un deporte olímpico, sino una de las funciones del hombre, la que la naturaleza ha diseñado para la perpetuación de la especie. Tras ello argumenta también que, en el ser humano, la sexualidad además es inseparable del amor y que lo verdaderamente bueno y humano es vivir esta capacidad en una unión duradera y fiel, llamada matrimonio, con apertura sincera a la vida, en donde el preservativo lo que hace es falsificar el significado de esas relaciones.
Continúa también este pobre valiente explicando a sus interlocutores que es precisamente la Iglesia la primera que ayudó a los enfermos de SIDA cuando ni se sabía la causa de la enfermedad y que sigue siendo la que más hace por ellos en todo el mundo. Precisamente es la Iglesia la que, para evitar la transmisión de la enfermedad, recomienda aquello que también aconsejan las máximas autoridades de salud pública como primera medida verdaderamente eficaz: la lucha contra la promiscuidad sexual…
De forma inesperada y sin poder terminar de explicar todos los argumentos que aún tenía sobre el tema, se oye ese grito profundamente racional y muy español que deja helada la sangre del pobre cristianito que diserta y que suena así: “¡Aaaaaaamos veeeengaaa ya…!“.
no hay más sordo que quien no quiere oír
Casi siempre el pobre defensor de la Iglesia se queda entre asustado y humillado ante dicho sonido de deleite. Grito éste de homenaje a la razón y que además suele contar con el asentimiento del resto del grupo —también poco frecuentador de iglesias—, dando por terminada la conversación; o, peor aún, seguida de otra colección de insultos mayor que el desprecio anterior; todo ello completado con el sello de la conocida Santa Inquisición y “toda la gente a la que quemó en la hoguera”.
La situación del mártir defensor con argumentos de su querida Iglesia Católica habrá sido poco fructífera en términos de conversiones, pero muy grande en su agenda personal de cara al Cielo, porque las persecuciones por el Reino de Cristo son de lo que más puntúa.
Bromas aparte y aunque resulte increíble, este mismo argumento del “¡aaaaaamos veeeengaaaaa ya…!”, tan contundente y utilizado por los enemigos de la Iglesia al escuchar a alguno de sus hijos defenderla, lo tuvo que escuchar el mismo Cristo, pero en latín, con un formato algo diferente pero con el mismo sentido e intención.
Se trata de la respuesta que Pilato le dio a Cristo cuando le está tratando de explicar quién es Él, cuál es su Misión y, sobre todo, cuando le pronuncia la palabra “verdad”: “Todo el que es de la verdad oye mi voz”. Entonces Pilatos salta, como el colega del café del trabajo y le dice a Cristo de un modo cortante y chulesco “Quid est veritas?” (¿Qué es la verdad?), que, traducido al castellano vulgar, viene a decir: “¡Aaaaaamos veeeengaaaaa ya…!”.
Cristo, dice el Evangelio, no contestó nada más. Este silencio de Cristo me ha hecho reflexionar mucho. ¿Por qué no contestó Cristo a Pilato cuando le hizo esta pregunta?, con la de frases cortantes que empleó a lo largo de su vida pública, dejando boquiabiertos a los que le perseguían. Yo hubiese esperado una respuesta aplastante, pero Cristo guardó silencio.
Con los años, después de vivir muchas situaciones parecidas a las del café del trabajo, he aprendido que una vez más el Evangelio no se equivoca y acierta de lleno. Ante el “¿Qué es la vedad? de Pilatos enfrente de Cristo, o el “¡Aaaaaamos veeeengaaaaa ya…!” de cualquier reunión social o de café, no hay mucho que decir y el silencio es la salida más Evangélica. Lo explico.
no echar a los cerdos lo que es santo
Cuando un hombre está ante la Verdad y pregunta por ella con chulería o con simple desdén, teniéndola delante como Pilato tenía a Cristo, no hay argumento humano posible que pueda modificar esa actitud. La verdad argumentada es desoída o sencillamente despreciada porque no es aceptada, y no porque no sea la verdad.
Si Pilatos no reconoció a la Verdad misma delante de sus narices, ¿qué más podía hacer Cristo, sin atropellar su libertad? Absolutamente nada. Si exponiendo con claridad y con amor la verdad sobre la vida, como hace la Iglesia, experta en humanidad, es rechazada sin otras razones que el desprecio y la burla, no hay nada más que hacer en ese terreno. La verdad no es negociable: o se acepta o se desprecia, una de dos.
No es una actitud pesimista. El cristiano tiene que defender su fe en los ambientes más hostiles y hacerlo con valentía, inteligencia y paz. Si tras esta defensa se escucha el grito inconfundible del: “¡Aaaaaamos veeeengaaaaa ya…!”, hay que recoger las perlas, como dice el Evangelio, en silencio, y echarlas en otro lugar donde no haya tantos cerdos.