Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “Muchas obras buenas de parte de mi Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?”. Le respondieron los judíos: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.” Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: “Yo he dicho: dioses sois”? Si llama dioses a quienes se dirigió la palabra de Dios –y no puede fallar la Escrituraa aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: “Yo soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.” Querían de nuevo apedrearle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron a él y decían: “Juan no realizó ningún signo, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad.” Y muchos allí creyeron en él. (Juan 10, 31-42)
Jesucristo es uno con el Padre: “Yo y el Padre somos una misma cosa” (10,30). “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, por tu parte, con la gloria que tenía contigo antes de existir el mundo” (17,5). “Antes que naciera Abrahán Yo soy” (8,58) La buena noticia que hoy nos trae el Evangelio se sitúa en el centro del mensaje cristiano y de tal manera esto es así que lo primero que dicen las Escrituras de Dios es que Él ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Solo con creer en esta Palabra ya es suficiente para darnos cuenta de que no estamos solos y es entender y encontrarnos con la existencia del otro y por lo tanto con los otros, los que se parecen a nosotros y los que son totalmente diferentes, los cercanos y los de lejos, todos los seres. Por cierto, siguiendo con este razonamiento me doy cuenta de que quién es totalmente diferente a nosotros es precisamente el mismo Dios. Él es Todopoderoso y nosotros un poco poderosos, Él es Santo y nosotros trapisondistas, Él es eterno y nosotros limitados, Él es creador y nosotros imitadores, Él es paciente y nosotros impacientes, Él es amor y nosotros egoístas, rencorosos, ingratos e injustos. Pero dicho esto también hay que decir que todos los hombres somos imagen del Creador y si esto es así, también decimos que el corazón de Dios es amor, y Él nos ha creado a su imagen y semejanza. La imagen la tenemos igual a Jesucristo, la semejanza nos falta porque enseguida nos damos cuenta o experimentamos que no podemos amar como Dios nos ama, por esto es necesario pedir al Señor que nos conceda este Espíritu para empezar a ver al que tenemos al lado como hermano y no como rival o enemigo. Es necesario empezar a vivir y a educar a las nuevas generaciones en valores como el respeto, el diálogo, la solidaridad, la justicia, el amor, que es lo que posibilita la paz y lo que tiene poder para cambiar el corazón de los seres humanos. Cerca estamos ya de la Pascua, acontecimiento este que ha hecho cambiar la historia de la Humanidad, que ha permitido el desarrollo del hombre en todos sus ámbitos, que ha estado presente en la construcción de estados antiguos y modernos, que ha estado presente en el desarrollo del pensamiento, del arte, las ciencias, las leyes. Acontecimiento único que ha creado la comunidad y por lo tanto manifestado a la Iglesia, y con ella a la liturgia y a la alabanza. Este Jesús al que seguimos los cristianos, casualmente, es el único que ha entregado su vida por amor, no solo en el acto de la creación que ya estaba en el Principio sino en la nueva Creación manifestada en su muerte y Resurrección. Dios nos ama a los hombres tal y como somos. “Haced vosotros lo mismo” (13,15). “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (20,27).