Convento de la Concepción en Ágreda (Soria), Madres Concepcionistas
Dios da vida a todo lo que ama, por eso la comunidad del convento de la Concepción de Ágreda (Soria) es un manantial de alegría que envuelve y traspasa los muros. Cada una de las hermanas buscó la verdad y la Verdad misma le abrió sus brazos. Hoy son Esposas de Cristo que viven escondidas en Dios a través de la oración y la contemplación. Sor María Luz —madre abadesa—, Sor María Vega, Sor Tomasa, Sor Ana María, Sor María Cruz, Sor María Concepción, Sor Pilar, Sor Anunciación, Sor María Jesús, Sor María Paz, Sor Cristina, Sor Patricia y Sor Vianney forman un mismo cuerpo que acoge, ama y perdona, y en donde el Señor ha establecido su morada.
El convento pertenece a la Orden de la Inmaculada Concepción, orden española de curioso origen. «Santa Beatriz de Silva, nuestra madre fundadora, fue una de las doncellas que acompañaron a Isabel de Portugal y Braganza, cuando llegó a Castilla para contraer matrimonio con Juan II —futuros padres de Isabel la Católica—. Llegó a los oídos de la reina la calumnia de que Beatriz tenía una relación con el monarca. Presa de los celos la encerró en un cofre con la intención de que muriera de hambre y sed. A los tres días, el tío de Beatriz se percató de su ausencia y le preguntó a la reina. Esta, convencida de que había muerto, abrió el cofre y se encontró con el milagro de que seguía viva y sonriente. Cuenta la tradición que estando encerrada, Beatriz se encomendó a la Virgen y esta —vestida de blanco y azul— le mandó fundar una orden religiosa que vistiera como ella. Una vez liberada, se marcha a vivir al convento de Santo Domingo el Real con las madres dominicas, pero como “señora de piso”, que se decía en ese tiempo. Se tapó su cara con un velo para no mostrar su hermosura más que a Dios. Pasaron treinta años y la futura santa le confesó a Isabel La Católica, hija de quien le había encerrado, sus inquietudes de fundar la orden y la reina le ayudó. Al poco tiempo murió y tomó el hábito in articulo mortis, siendo la primera en profesar. En 1511, veinticuatro años después su muerte, el Papa Julio II aprobó la propia Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción», cuenta Sor Vianney.
la Dama Azul
En este convento todo respira la espiritualidad de Sor María de Jesús de Ágreda (1602-1665), conocida como Sor María o la Venerable. Su madre, Catalina de Arana, sintió que Dios le pedía que hiciera de su casa un convento en donde vivieran ella y sus hijas como religiosas, y que su marido y sus hijos varones se marcharan de franciscanos. Y así fue; la casa familiar se transformó en convento de la Orden de la Inmaculada Concepción con la madre, las dos hijas y tres hermanas concepcionistas de Burgos. En 1633, siendo abadesa Sor María, se trasladaron al convento que nos ocupa.
Sor María de Jesús de Ágreda fue la figura espiritual más extraordinaria del siglo XVII. Su fama de santidad se extendió por todos los rincones, dados los fenómenos místicos que experimentó. «Cuando era muy niña —explica Sor Vianney— presenció la vio representación de una obra de teatro de Quevedo sobre el encuentro de los dos mundos, España y América, y eso le marcó. Siendo religiosa comienzan las levitaciones, los éxtasis, arrebatos, etc., pero para ella suponían tal humillación que le pidió a Dios que le quitara las exterioridades. Sin embargo, luego vino otro fenómeno sobrenatural, las bilocaciones. Dios le hizo ver que los indios jumanos de Nuevo México estaban preparados para recibir la Palabra de Dios, y en unas quinientas ocasiones se desplazó hasta allí de un modo extraordinario para catequizarlos. Una vez catequizados, los indios caminaron durante largo tiempo hasta los Franciscanos y les pidieron el bautismo. Asombrados estos de que los jumanos conocieran a Cristo, les preguntaron quién les había hablado del Señor, a lo que contestaron que una señora vestida de azul. Les enseñaron un retrato de la Madre Luisa de Carrión, monja concepcionista, y al verlo dijeron: “Sí, ella viste así pero la que nos habla es más joven». Entonces vino el Padre Benavides a España y, dadas las virtudes conocidas de Sor María, acudió a Ágreda para pintarle un retrato. Cuando se lo enseñaron a los indígenas, contestaron: “Esta es”». Por este don de la bilocación se vio involucrada en dos procesos de la Inquisición, pero el tribunal quedó admirado de su santidad y le absolvió. Los indígenas consideran a la Dama Azul, como se le conoce en aquellas tierras, como la protoevangelista. Curiosamente, todavía se conservan mantos bordados por ella y decorados con pavos reales y flora típica de allá que fue imposible que conociera sin salir de este convento».
Escritora prolija, la Venerable fue una mujer inteligentísima que podía comprender el latín sin haberlo estudiado. La más emblemática de sus obras es Mística ciudad de Dios, traducida a diecisiete lenguas en más de doscientas ediciones en todo el mundo, y que fue publicada tras su muerte. «Esta obra narra la vida de la Virgen María, dictada por Ella misma. Pero ha sido su gloria y su cruz; su gloria porque sigue siendo un alimento espiritual muy apreciado; su cruz porque, al hablar de la inmaculada concepción de María más de dos siglos antes de que se aprobara el dogma, fue denunciada ante la Santa Sede. En ese tiempo se había iniciado su proceso de beatificación y se detuvo porque los estudiosos dudaban que tal conocimiento de Dios pudiera proceder de una mujer que no tenía la Biblia a su alcance —la obra tiene más de tres mil citas bíblicas—. Finalmente reconocieron su autoría, aunque el proceso no prosiguió. En la actualidad se ha retomado con un nuevo postulador. Nosotras le decimos: “Eres tan humilde que no quieres que se te beatifique»», apunta la madre abadesa.
Maestro, ¿dónde moras?
Sor María Luz es la madre abadesa. Nació en Almazán (Soria) y es la única hija de ocho hermanos. «Mi padre murió siendo todos niños y el deseo de mi madre era tener un hijo sacerdote. Con lo que encaminó a sus hijos al seminario, menos al último, y todos volvieron. Me involucré en la parroquia, pero me faltaba algo. Cuando salió la encíclica “Mystici Corporis”, de Pío XII, que hablaba de toda la doctrina de San Pablo en referencia al Cuerpo Místico de Cristo, y leí: “De la oración y de los sacrificios voluntarios de unas personas depende la salvación de otras» sentí la llamada a ser religiosa. Me hablaron de las monjas de Ágreda y con mucha ilusión por entregarme al Señor entré en el convento. Dios le pidió a mi madre la hija, que era su apoyo, pero no la retuvo y se la entregó. Al final, con cien años vino al convento para que la cuidáramos y murió aquí conmigo con 104 años».
Sor Tomasa es de Taracueña (Soria). «Mi madre tenía una tía que tuvo siete hijos y no sobrevivió ninguno. Cuando se quedó viuda me mandaban siempre con ella para hacerle compañía y me enseñó a tener a Dios muy presente. Al ver a las Hermanitas de los Pobres y a las Hijas de la Caridad pensaba: “Yo quiero ser religiosa, pero de las escondidas”. Pasaron los años y el sacerdote de mi pueblo me habló de la Venerable. Cuando conocí el convento y a las hermanas quise quedarme para siempre. He sido y soy muy feliz aquí con el Señor».
Sor Patricia María de la Trinidad tiene 45 años y es de Guadalajara (México). «Cuando tenía diez años murieron siete parientes en un mismo accidente de tráfico; entre ellos una prima muy querida. Eso me hizo pensar por qué se murió mi prima y no yo. Me gustaba mirar las estrellas y preguntarme dónde está Dios. Estudié Químicas en la especialidad de Farmabiología porque me atraía mucho el origen biológico de la vida y al mismo tiempo la dimensión espiritual del ser humano. Comencé el doctorado en Biología Molecular y yo seguía a mi aire, con un pie en el mundo —tenía afán por subir y tener— y otro en la Iglesia. Me apunté a unas catequesis en la parroquia y escuché: «Dios quiere hijos de corazón alegre», «Dios te ama gratis»… Acostumbrada a que todo tenía un precio me llamó la atención. Al siguiente año fui a la JMJ París 1997 y me cambió la vida. En esa peregrinación vinimos a España y conocimos este convento. Aunque lo tenía todo sentía que me faltaba un camino por hacer, y le pedí a la Virgen que me ayudara a descubrirlo. Ahí quedó esa petición. Me marché a Houston (Estados Unidos) para colaborar en un proyecto de investigación; tenía todo lo que había soñado pero no estaba completa. Mis catequistas me sugirieron hacer una experiencia en este convento puesto que la Venerable había evangelizado en Texas. Cuando vi que era Ágreda, el mismo pueblo por el que había pasado años atrás, ¡qué emoción! Fueron unas semanas muy especiales. Al despedirme, una hermana me dijo “¿Te vas a acordar de nosotras?». “Sí, de fulanita por su servicialidad, de menganita por su silencio, de la otra por su alegría…”. ¡Y tuve la certeza de que aquí estaba Jesús! Me marché ya “tocada” y al poco sentí que Dios me llamaba a ser monja concepcionista».
«al silencioso habla el Señor»
Sor Cristina es de Bolivia y tiene 47 años. «El Señor me ha llevado por un camino muy largo para traerme a la vida religiosa. Desde que recibí la Primera Comunión he tenido la semilla de la vocación pero mis padres pensaron que era una locura y me olvidé de ello. Pasaban los años pero nada me llenaba. Cuando fui mayor de edad unas religiosas me aconsejaron que volviera a proponérselo a mis padres. Como no me dejaron estuve tres días y tres noches encerrada en la habitación, de la que solo salía para beber agua y tomar un poco de pan sin que me vieran. Al cuarto día me dieron permiso. En ese mismo momento salí para el convento de las Hermanas Ursulinas de San Jerónimo. Nadie de mi familia venía a verme pero Dios lo llenaba todo. Me avisaron que mi madre había enfermado de los riñones y esa misma tarde fui al hospital para donarle un riñón. El doctor me avisó: “Vas a hacer una cosa muy seria. Con esto tienes que renunciar a la maternidad y quedarás con menos fuerza”. Me asustó el pensar que quizá tan débil no me aceptarían en ninguna orden religiosa, pero seguí adelante con la idea; el 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, nos operaron y Ella nos protegió. Hace casi veinte años y mi madre sigue con el riñón trasplantado, cuando lo normal es que no dure más de diez años. Mientras me recuperaba en casa no dejaba de pensar en mi vocación. Hablé con las Esclavas del Amor Misericordioso e hice una experiencia con ellas. “¿Todavía sigues con eso? —me dijeron mis padres—: Pero si vas a ser feliz, vete”. Llevaba un año allí cuando me dieron una estampa de Santa Beatriz de Silva. Fui a ver a las monjas concepcionistas de La Paz y me sentí en casa. A los pocos días entré y sigo feliz».
Sor Vianney María tiene 39 años y es de Cagua (Venezuela). «Siempre quise estudiar Medicina pero como en casa la situación era muy precaria, solicité una beca en una Universidad privada y me ofrecieron Contaduría Pública —Empresariales— y lo tuve que aceptar. ¡Me sentía una fracasada! Asistí a unas catequesis en la parroquia y poco a poco fui descubriendo el paso de Dios en mi vida y porqué había permitido cada acontecimiento. Ningún chico llenaba mis expectativas porque no podía ahogar la llamada de ser para el Señor. Finalmente le dije que sí y mis catequistas me sugirieron venir a Ágreda. Cuando llegué y vi los cerros pelados en contraste con la vegetación de Venezuela, pensé: “¿Adónde me han mandado?”. Pero cuando entré en el locutorio y vi a aquellas hermanas tan felices supe que era mi lugar».
«Mis padres se separaron cuando yo tenía nueve años porque mi padre era alcohólico, y se lo reproché a Dios. Ha sido en la vida religiosa donde he comprendido que Dios es mi Padre, que me ha creado y hecho a su imagen. Descubrir la paternidad de Dios me ha permitido reconciliarme con mi padre y comprender su debilidad. Antes, mi “sí” era incompleto porque al Dios Trinidad no lo podía relacionar; solo sentía a Jesucristo y al Espíritu Santo. ¡Ahora no solo sé que es mi Padre sino que me ha hecho esposa de su Hijo para que yo pueda vivir plenamente! Si no hubiera descubierto a Dios Padre hoy no podría amar, aunque fuese monja».
obedecer es amar
La Virgen María, la verdadera abadesa de este convento, está entronizada en el corazón de toda concepcionista. «Nuestra vida es ser esposas de Jesucristo venerando la inmaculada concepción de su Madre; estamos llamadas a vivir sus actitudes, con todo lo que conlleva: obediencia, humildad, aceptación de los planes de Dios. María es figura de la mujer en plenitud; ha sido madre, amiga y esposa. Muchas veces pienso, ¿cómo cuidaría la Virgen a sus padres? ¿Cómo cuidaría a Jesús?», señala Sor Vianney. «En la clausura he descubierto que es la Madre que se desvela por sus hijos, no la que está quieta en el altar», apunta Sor Cristina.
Cada una de ellas ha sentido la llamada a emprender este camino de crecimiento espiritual y humano como consagradas a Dios. Han dejado tierra, familia, proyectos, etc. por seguir a Cristo en una radicalidad que no siempre es comprendida. «Al principio mis familiares no lo entendían: “Vives entre rejas, ¡con lo que te gustaba la calle, la televisión, la música…!”. “Tengo todo aquí dentro», les decía yo. Viendo lo feliz que soy se han convencido», confiesa Sor Cristina.
Vivir lejos del mundo no implica alejamiento, antes al contrario, la oración intercesora estrecha las distancias. Las hermanas llevan en el corazón todas las alegrías y fatigas de la humanidad y las presentan al Señor. «En la vida religiosa, Dios me ha enseñado a ofrecerle mis manos para que Él actúe. “Tú te vienes conmigo y yo me encargo de lo demás». Yo solo puedo rezar por ellos, pero Dios es todopoderoso», apunta Sor Cristina.
«Para mi familia solo pido que se encuentren con el Señor como me he encontrado yo. El día que ellos experimenten este Amor su vida tendrá sentido aunque les falte la salud o el trabajo», cuenta Sor Patricia. «Ante acontecimientos fuertes de mi familia he pensado: «Ay, Dios mío, si estuviese en Venezuela podría hacer algo». Pero sé que no es verdad —reconoce Sor Vianney—: Tengo un hermano en la cárcel porque mató a su esposa. Cuando me enteré, lloré y lloré, pero entendí que quien podía salvar a mi familia es el Señor; lo único que yo podía hacer era orar. Mi hermano se ha encontrado con Dios en la cárcel y es otra persona».
Dios da el pan a sus amigos mientras duermen. Desde tiempos de la Venerable y hasta hace poco, el sustento principal provenía del bordado de manteles y mantos para la Virgen, pero dada la escasa demanda, las pensiones de las hermanas mayores constituyen su sostén económico. «No nos asusta la escasez. Estamos tranquilas porque Dios cuida de sus hijas hasta en lo más mínimo. La Madre María Luz siempre dice que debemos ser generosas con la gente de afuera aunque nosotras no comamos, ¡y el Señor luego nos lo compensa!», explica Sor Vianney.
Cuenta la madre María Luz que ser abadesa es un servicio en el que el Espíritu Santo debe soplar sin falta. «Para saber mandar hay que saber obedecer, ya que obedecer es amar. Pero gracias a Dios, Él se encarga de enderezar lo torcido que yo haga, y con esa confianza tiro para adelante. Estoy contenta en mi descontento porque tengo mil fallos y pecados y quisiera verme sin estas lacras. Pero eso es lo que me hace apoyarme en el Señor y en su misericordia, y no en mí misma». «Afirmo lo mismo que Benedicto XVI: Dios no quita nada, lo da todo. Si entendemos la felicidad como la ausencia de problemas, entonces es muy corta. Pero para nosotras ser feliz es tener un encuentro con el Señor que nos hacer estar plenas y darlo a los otros”, reconoce Sor Patricia.
“el que vence, vence”
Los votos son una forma de aprender a despojarse de uno mismo para que el Esposo pueda derramar su amor y a su vez ser correspondido. «Nuestro voto de pobreza se llama “sin propio”, es decir, sin nada de tu propiedad. Pero he descubierto que hay otra pobreza que cuesta más que la material, y es dejarse moldear por Dios», sostiene Sor Vianney. «Saber recibir también es abrazar la pobreza, porque cuesta mucho dejar que el otro vea que necesitas de él», confiesa Sor Patricia.
La cruz es el camino al amor y en ella está completa la teología. «He tenido noches oscuras pero no le quitaría una coma a mi vida porque ha sido verdaderamente una gracia extraordinaria. Dios hace nuestra historia a contrapelo pero siempre es de salvación”, sostiene la madre abadesa. «Al poco de entrar en el convento me empezaron a aparecer migrañas que son mi cruz —cuenta Sor Vianney— pero a la vez doy gracias a Dios porque me han hecho ver mi debilidad, el pecado de querer llevar yo mi vida, pasar por la humillación de necesitar ser servida, etc.». «Cuando llamamos al médico siempre pregunta: “¿Te duele? Pero di la verdad, porque las monjas y los curas ofrecen el dolor y eso a mí no me favorece”», cuenta Sor Patricia.
Como decía la Venerable, “el que vence, vence”. La lucha de cada uno contra el espíritu del mal es permanente. La clausura facilita el ambiente de oración y recogimiento pero el enemigo también aquí aprovecha cualquier descuido para hostigar. «El demonio es muy sutil. Cuando no veo a la hermana como Cristo no es que la convivencia sea dura, ¡es que es imposible! Si quiero que haya un ambiente de paz, amor, alegría, lo tengo que vivir primero en mí —comenta Sor Vianney—: La humildad es un tesoro y hay que pedirlo con insistencia; no por ser religiosas se nos atribuye este don de por sí».
Victoria Serrano Blanes