En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (San Juan 6, 60-69).
COMENTARIO
La respuesta de Pedro a Jesús, en la última parte del Evangelio de hoy, de manera casi imperceptible profundiza sobre una de los misterios centrales de la Palabra de Dios.
Preguntados los apóstoles por Jesús : «¿También vosotros queréis marcharos?», Pedro responde, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Vamos a detenernos en el verbo de esta última frase, TIENES palabras de vida eterna.
Lo lógico habría sido que Pedro le dijera , tú hablas, tú nos dices, tú nos transmites, pero no; utiliza el verbo tener porque, iluminado por el Espíritu Santo, Pedro pronuncia uno de los pilares de la fe: Cristo es Palabra viva del Padre, la posee, y , por eso nos la puede entregar.
Por esta razón, más allá de devociones, de cultos, el cristiano no deber olvidar que el centro, el origen, la fuente de dónde beber para convertirse en discípulo es el Evangelio.
Escuchar el Evangelio, la Palabra es escuchar a Cristo vivo y por lo tanto a Dios, su padre. Es el Evangelio el único capaz de transformarnos, de salvarnos, de hacer de nosotros personas nuevas porque como decía San Pablo Hebreos 4:12, «la palabra de Dios es viva y eficaz»
Es eficaz para hacernos nacer de nuevo, es la Palabra que Cristo “tenía” “poseía” dentro de su corazón y que le había sido entregada por su Padre, nuestro Dios.
Como decía la escritora francesa de mediados de siglo XIX, Madelaine Dêlbrel, «deberíamos leer Evangelio como si no tuviéramos otra esperanza»
Escuchemos la Palabra, la misma que Jesús ofrecía cada día a los apóstoles y a todos aquellos que le seguían, pongamos en ella toda nuestra esperanza para ser transformados, para superar nuestros imposibles, para parecernos, en suma, a Jesús.