César AllendeEn aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: “Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis”. Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de recaudadores y pecadores”. Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón».
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Sorprende la conclusión con que el Señor termina su enjuiciamiento de la generación a la que otras veces califica de adúltera y perversa: los hijos de la Sabiduría la han acreditado convenientemente.
Para los judíos de aquella generación la Sabiduría era tanto el temor de Dios, como Dios mismo que tiene para con su pueblo un proyecto o designio de Amor y Salvación. Son hijos de la Sabiduría quienes conocen dicho proyecto y con su vida hacen posible su realización.
Pero en este caso lo que Lucas enseña es que la misma Sabiduría está entre ellos. Quien pudo, en otra ocasión presentarse como más que Salomón (el sabio por excelencia), más que Jonás, más que el Templo y que el Sábado, ahora aparee como encarnación personal del Amor de Dios, que al final y al cabo en esto consiste la promesa de Salvación del Dios de Israel.
Ahora bien, los hombres y mujeres de aquella generación, con sus jefes a la cabeza, no comprendieron esto, no aceptaron que en su tiempo, en su historia se cerrara lo antiguo con Juan el Bautista, al que tacharon de endemoniado, ni que con Jesús de Nazaret llegara lo nuevo y se cumplieran las promesas de salvación. Jesús no era para ellos más que un comilón y bebedor. Ni Juan el Bautista ni Jesús: ni lo uno ni lo otro. Así se ha frustrado el plan de Dios (v. 30). Lo que Jesús propone como vida en el Reino que él trae es, por el contrario, lo uno y lo otro: lo antiguo y lo nuevo aceptado en él mismo, porque él sí es el Sabio escriba y legista que saca del tesoro de su sabiduría cuanto necesita cada generación y cada hombre. Obviamente, también lo que necesita la nuestra y lo que necesitamos nosotros.
Y esto tiene que ver con mi vida y la vida de mi tiempo de forma directa e intrínseca: de que la aceptación del Señor Jesús acredite su reino al expresarse en obras que les son propias como la misericordia, la justicia, la paz… depende la realización histórica del plan de Dios en este tiempo. Lucas nos pone delante una verdad muy luminosa: una generación de este siglo es precisamente la que “ni lo uno ni lo otro”; generación del Reino es la que acepta los designios y planes de Dios revelados en Jesús. Aceptar esta sabiduría supera la de los griegos y la de los Judíos. Pablo pondrá de manifiesto que esta Sabiduría, Fuerza y Gloria de Dios, es el Crucificado. De modo que comprometer la vida real y cotidiana, tanto individual como colectivamente en este plan salvífico de Dios es lo mismo que empeñarse en la causa del Señor. La advertencia de ser como niños que juegan en la plaza (por más grandes que nos parezcan las cosas con las que y a las que jugamos) es para todos, sobretodo para los que tenemos la suerte de ser una generación llamada a acreditar con lo que hacemos la Sabiduría de Dios.
La suprema sabiduría, podemos decir como conclusión de este precioso texto de Lucas, mana hasta nosotros del costado de Cristo crucificado y condiciona nuestra vida de fe en el empeño decidido por la instauración del Reino de Dios en esta generación, que es lo mismo que buscar la perla escondida o el tesoro del Evangelio (ver. Pr. 2,4).
María ha sido para las generaciones cristianas de todas las épocas “Trono de la Sabiduría” porque nadie como ella llevó a término la obra de Dios. Que ella nos alcance vivir de este modo, para gloria de Dios.