«En aquel tiempo, dijo el Señor: “¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis». Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores». Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón». (Lc 7, 31-35)
En continuidad con los versículos precedentes (Lc 7, 24-30), la sección que hoy comentamos recoge algunas palabras de Jesús añadidas, a modo de apéndice, a su declaración sobre el Bautista en Lc 7,18-23. El pasaje consta de los elementos siguientes: una parábola o comparación (vv. 31-32), una explicación de la parábola (vv. 33-34) y un dicho de tipo sapiencial (v. 35). En el contexto de la narración de Lucas, esta especie de apéndice constituye una reflexión —y muy interesante, por cierto— sobre los dos versículos precedentes (Lc 7,29-30).
La interpretación de la parábola ha llenado siglos de discusión. La principal dificultad radica en establecer la conexión entre la parábola propiamente dicha y los versículos siguientes, que constituirían su explicación. Todo esfuerzo por comprender el significado de la parábola tiene que enfrentarse, en primer lugar, con la interpretación auténtica de la imagen empleada. ¿Qué significan esos niños sentados en la plaza pública, que se gritan unos a otros? ¿Se trata de dos grupos que no se ponen de acuerdo porque uno quiere festejar una boda mientras el otro intenta acompañar una ceremonia fúnebre? En este caso, la parábola querría decir que la gente de esta generación no admite, en absoluto, actitudes opuestas a su propia mentalidad. Pero hay otro supuesto. ¿No podría tratarse de dos grupos de niños en los que un grupo propone entonar, primero un canto de bodas y, a continuación, una elegía, pero que no logra convencer al otro grupo, caprichoso e intransigente, para que acceda a su propuesta? En este segundo caso, la gente de esta generación sería el típico aguafiestas que rehúsa tomar parte en cualquier tipo de celebración —alegre o dramática— simbolizada en los dos coros infantiles.
Una de las interpretaciones más verosímiles que han apuntado los exegetas es la siguiente: el primer grupo de niños, el que invita al otro a cantar primero una canción de boda y luego un canto fúnebre, representaría a Juan y a Jesús con sus respectivos seguidores. El segundo grupo, el de los intransigentes que rehúsan unirse al coro, serían los judíos de Palestina contemporánea, la gente de esta generación que rechazan el ascetismo de Juan como el talante liberal de Jesús. Juan y Jesús son los hijos de la sabiduría, es decir, representan y manifiestan la sabiduría de Dios. La sabiduría adquiere aquí características personales, y Juan y Jesús se presentan como sus Hijos. Más aún, Lucas incluye con el adverbio todos del v. 35 a los discípulos de Jesús.
Esta parábola que estamos comentando tiene una aplicación actual al momento que estamos viviendo. Si contemplamos el espectáculo de las tertulias tanto televisivas como radiofónicas, así como las películas que se exhiben en las salas de Cine, nos percatamos con suficiente claridad que nuestra generación padece una preocupante deriva infantil: los tertulianos se gritan unos a otros sin escuchar, acoger ni querer entender los argumentos de los otros; las películas que se producen hoy (en su mayoría) están trufadas de argumentos e historias pueriles y evasivas de la realidad. Esta generación que ha apostado de la Verdad y se ha instalado en un relativismo ateo se encuentra perdida en el limbo de la nada.
Y si la mirada la focalizamos hacia el interior de nuestra Iglesia, la percepción no es menos preocupante: la generación antes del Vaticano II pedía una renovación y reforma en profundidad de toda la Iglesia. El Concilio realizó este puesta al día y los papas que Dios nos ha regalado para poner en marcha el espíritu y la letra de las grandes constituciones y decretos conciliares, desde Pablo VI al actual Papa Francisco, han sido providenciales. Sin embargo, en la generación postconciliar, todavía encontramos no pocos bautizados que no están contentos ni con las perspectivas que abrió el Concilio Vaticano II, ni con las orientaciones que los últimos papas nos han ofrecido para concretarlas en la vida pastoral ordinaria, ni con la apuesta por la Nueva Evangelización.
A pesar de todo, los hijos de la Sabiduría se abren camino en medio de los gritos de unos y de otros. Cabe decir aquí, para terminar, esta meditación pastoral y sapiencial, aquella conocida reflexión del sabio Don Quijote a su fiel escudero: «Sancho, ¿ladran? Luego cabalgamos».
Juan José Calles