“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán” (San Lucas 16, 19-22).
COMENTARIO
Siempre me impresiona esta parábola, en la que Jesús, por una parte, denuncia la falta de sensibilidad del rico, frente al mendigo, más por otra parte, se demuestra el valor que Dios da al sufrimiento humano
Si es verdad que cada uno siembra con su modo de vida el propio futuro, y el egoísmo engendra soledad, tristeza, aislamiento social, también es verdad que a los ojos de Dios nada se pierde, y aquello que identifica con el Crucificado es título de bienaventuranza.
El mendigo Lázaro no hizo nada, que se sepa, para ir al seno de Abraham, su título fue que sufrió mucho en vida. Esta declaración evangélica, aunque no se debe usar para justificar la insensibilidad frente al que sufre, es, sin embargo, una razón de esperanza ante tanto sufrimiento como hay en la sociedad.
La reacción adecuada, además de saber asumir con esperanza la propia situación desfavorable, es practicar la solidaridad con el que padece necesidad.
¿Has experimentado en ti la alegría de darte a los demás?