«En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”». (Jn 10, 27-30)
¿Dónde está Dios? Esta pregunta la tenemos clavada en el corazón: Señor, muéstranos al Padre. «¿Tanto tiempo contigo Felipe y aún no me conoces? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre, porque “el Padre y Yo somos uno” ».
¿Dónde está Dios entonces? Si Jesucristo y el Padre son uno, Dios está donde está Cristo, con nosotros (Él es el Emmanuel). A Dios se le encuentra en la vida, y ese encuentro es diario: se dio ayer, se da hoy, se da mañana… se da todos los días. La vida vivida así es bellísima, una aventura maravillosa si se produce este encuentro.
La historia de la salvación se presenta en la escritura como un acontecer permanente de Dios acercándose al hombre, buscándole. Esto es muy importante, Dios no es ajeno a nuestra vida, ¡Dios nos busca, porque nos ama! Está muy cerca de nosotros pero tantas veces nos faltan los ojos para descubrirlo en los acontecimientos de la vida. ¡Esos ojos son la fe!
Qué bien suena en plena Pascua que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios. Aquellas eran palabras de San Pablo, pero hoy es Jesucristo en persona quien nos dice: Nadie arrebatará a mis ovejas de mi mano ni de las manos de mi Padre, porque son las mismas manos, “porque Yo y el Padre somos uno”.
Hoy el Buen Pastor nos da la vida eterna. La distancia infinita que nos separaba de los cielos se ha hecho añicos, podemos escuchar su voz, conocerle y ser reconocidos, gozar de la vida sin sombra de oscuridad porque no pereceremos para siempre. Estrenamos vida eterna porque Él quiere, porque nos la da.
Enrique Solana