Me gustaría presentarme como un peregrino en búsqueda continua de Dios para alabarle, bendecirle, adorarle y darle gracias por su gran misericordia para conmigo, pecador. Me puse en marcha hace ya más de veinte años tras conocer al abad y fundador de una comunidad monástica creada tras la oración de un libro que cambió su vida: El peregrino ruso, de autor anónimo. Fue mi staretz o padre espiritual, recientemente fallecido, el Padre Alberto María Rambla.
Esta comunidad se entronca con la corriente monástica del siglo IV y adopta muchas tradiciones que mantienen ese espíritu oriental de la Iglesia antes de su división en el Cisma de Oriente y Occidente (siglo IX). Trabajan la Iconografía, estudian los Santos Padres y viven el camino de la hesychía.
Me hablaron de la oración ante el Icono y del significado del nombre de Jesús, de la oración continua de día y, mientras dormimos, de cómo Dios se manifiesta en lo cotidiano y en nuestro corazón, de cómo rezar con el corazón… Y, cómo no, todo empezó leyendo el libro El peregrino ruso.
Este libro cuenta la historia de cómo una persona, tras perderlo todo —su casa, su familia, su trabajo, etc.—, fue en busca de quien le explicara la Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, donde dice, entre otras cosas: “Orad sin interrupción” (1 Tes 5,17). Su búsqueda en la Biblia le llevó a otros pasajes que ahondaban en esa dirección: había que orar siempre, en todo tiempo, en todo lugar (Ef 6,18; 1 Tim 2,8); incluso mientras dormimos: “Yo duermo pero mi corazón vigila” (Cant 5,2).
Y según vas leyendo el libro, el deseo del peregrino se hace el tuyo. Y su necesidad y su hambre, se hacen tuyos; y sus descubrimientos, se hacen tuyos… Acabas pidiendo a tu staretz que te enseñe la Oración de Jesús. Así comienza el camino de la hesychía.
dejarlo todo para obtenerlo todo
¿Qué es la hesychía? Por hesychía se entiende el camino para realizarse plenamente en una unión tan profunda con Dios que le conduce a uno a ser un Icono del mismo, a recobrar la imagen y semejanza divina perdida por el pecado. Hesychía es amor, el amor activo, fragante, efectivo convertido en marca de vida, de silencio y amistad en orden a alcanzar la verdadera oración y la auténtica contemplación. “Ante todo sean amigos de la hesychía”, decía San Arsenio.
San Jerónimo nos dice que —no con charlas y correteos sino con silencio y concentración— se trata de dejar que María, la Asunta al cielo, tome nuestra alma y nos regale vivir en la presencia de Dios en esta vida. Es el regalo rebelde contra el estúpido mundo de Satanás. Es el ideal de la oración continua; es el grito de fidelidad con Dios. Se trata de repetir entre dientes y con pasión una frase por largo tiempo…
- Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador.
- Jesús mío, misericordia, por los méritos de tus santas llagas.
- Jesús y mi todo…Mi rey y Señor…
Un camino simple hacia la auténtica pureza de corazón: ¡Hesychía!
Esta oración o jaculatoria repetida continuamente se convierte en música de fondo que se escucha, trabajando o leyendo, despierto o dormido. Oración que se sincroniza con tu respiración, con el latido de tu corazón, y así desaparece de la palabra y aparece en el latido, al respirar, al andar en cuanto tu ritmo se sincroniza con la oración. Y al revés, ahora ya respiras al unísono con la oración. Tu paso se acomoda al ritmo de la oración. Tu corazón se sintoniza y dice: “Jesús, Jesús, Jesús…”.
Jesús, ayúdame; Jesús, sálvame
Otro libro donde se habla de la Oración de Jesús es la Filocalia, donde los Santos Padres enseñan que, si bien hemos de hacer el esfuerzo de repetir incesantemente el nombre de Jesús, no es por nuestro mérito que la oración se apodere de nuestro corazón, sino que es pura gracia llegar a alcanzarlo, pues es Dios quien lo regala a quien quiere y cuando quiere.
San Macario nos enseña: “Si queréis obtener la verdadera oración, continuad orando con constancia. Y Dios, viendo con cuánto amor lo buscáis, os la dará”. Recuerda que, para que la gracia de Dios pueda actuar en nosotros, es necesario que, mediante nuestro empeño o esfuerzo, agotemos los talentos que hemos recibido del Señor. Solo entonces, agradecidos por poder poner el esfuerzo de nuestra parte, nos volveremos al Señor suplicándole nos conceda aquello que pedimos. “Y cuando estéis rumiando el nombre de Jesús, os daréis cuenta de cuántas conversaciones cotidianas que antes procurabais con vuestros amigos y que tanto disfrutabais, ahora se convierten en paja masticada que nada alimenta. Y cómo buscaréis espacios menos ruidosos y disfrutéis de la soledad de conducir de camino al trabajo, rumiando el nombre de Jesús, o pasear solos porque vuestro ritmo es uno, tranquilo, pausado, clamando el nombre de Jesús en cada paso, en cada aliento”. Y se reza aun dormido.
Recuerdo que conocí a una chica que me pidió un libro que comentaba yo por Internet y quedamos para hablar del mismo. Su vida se había convertido, sin pedirlo ni quererlo, en expiación por los pecados de su padre fundador, al que ella amaba pero que se había desviado atrozmente viviendo una doble moral.
María, que así se llamaba, siendo religiosa consagrada, era la maestra de novicias. Cuando una de estas se presentaba como postulanta, la acompañaba y le permitía vivir con ellas una temporada para que discerniera su vocación. Una de estas chicas, de padres presuntamente muy religiosos, se introdujo como novicia con el fin último de robar prendas intimas de las monjas y llevarla a sus padres que practicaban el satanismo. Ellos hacían brujería con estas prendas, que encadenaba a las personas a terribles infestaciones del diablo.
Así enfermando dos de ellas tuvieron que renunciar a ser monjas, pues no podían serlo estando siempre enfermas y necesitando de cuidados médicos que nada curaban. Cuando se percataron de cómo habían sido maldecidas, se pusieron en manos de exorcistas que intentaron de manera infructuosa romper el maleficio.
El libro que yo comentaba trataba de estos temas y fue por ello por lo que María quiso contactar conmigo. Me comprometí con ella a rezar para que, por lo menos pudiera dormir en paz, pues a las tres de la madrugada los dolores de cabeza comenzaban, impidiéndola dormir. Después de despedirnos y cumplir con mi compromiso, sentí con gran fuerza la oración de Jesús fluir de mi corazón.
A la noche, a las tres de la madrugada, me desperté rezando con toda mis fuerzas la oración que recomendó para nosotros el Padre Kentenich y que también había incluido en mis jaculatorias de la oración continua: “Surja Dios, se dispersen sus enemigso y huyan de su presencia los que le odian”. La repetí una y otra vez, como mi staretz me recomendó usar —pues para algo la dejó en su legado—. Me dormí tranquilo cantando en mi mente esta oración a la que había puesto música tiempo atrás. María pudo dormir.
Uno de los Santo Padres decía: “Cuando los ladrones se acercan a una casa para entrar en ella y apoderarse de cuanto hay en su interior, si oyen hablar a alguien dentro de la casa no se atreven a entrar. De igual manera, cuando nuestro enemigo intenta penetrar en nuestro corazón y tomar posesión de él, ronda alrededor; pero, cuando escucha esta pequeña oración, no se atreve a entrar”.
yo te bendigo, Señor, socórreme
Cuando me levanto del asiento para comulgar, brota fuerte y vigorosa la oración de Jesús. Cuando falleció mi padre o mi madre se fundió con la respiración el salmo aquel que dice: “Alma mía recobra tu calma que el Señor es bueno contigo…”. Cuando asistimos a un velatorio surge espontánea: “Jesús mío, misericordia. Dulce Corazón de María, sed su salvación”.
Otras veces, cuando he rezado por enfermos y les he impuesto las manos y bendecido con el myron del Icono de la Madre de Dios, Portera del Cielo (Portaitissa), la oración brota espontánea, fuerte, resaltando mi petición de misericordia. Porque al ser testigo del poder de Dios actuando, mi ser se humilla y se estremece en santo temor de Dios. ¡Oh, bendita gracia, tan olvidada y vilipendiada!
Os dejo una oración de consagración a Dios Padre, Abba, Papaíto. El Señor sigue bendiciendo la Oración de Jesús, guía hacia Dios y espada contra las debilidades de la carne.
¡Abba! Querido Papá. En el día de hoy y en adelante, de forma consciente y voluntaria te pido me concedas abrazar con el Señor alegremente la cruz, con corazón dilatado, e ir por los caminos de la inscriptio sin vacilación, aceptando por amor a Ti y a tus creaturas la cruz que me tengas preparada, para que, como esposa, me asemeje al esposo; y que, como instrumento, sea fecundo para tu reino, pues quiero en todo ajustarme a tu voluntad. No permitas que jamás olvide que me amas. Concédeme, Padre, convertir cada paso, cada latido de mi corazón en una invocación perfecta de tu Hijo Jesucristo, en oración incesante, y así poder ofrecerme de manera perfecta en reparación de mis pecados y los de tu Iglesia en la medida que Tú lo consideres justo. Graba en mi subconsciente la siguiente fórmula: creer – esperar – amar – confiar – orar – callar – aceptar – sufrir – ofrecer – adorar, para que todo mi ser obre en mi santificación concretando día a día, hora a hora, los dones que Tú me has dado para conseguir participar del gozo pascual. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
¡Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!
Sandalio B. P.