En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿Quién de vosotros si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que lo miran. Diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar” ¿O que rey, si va a dar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y sino, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (San Lucas 14, 25-33).
COMENTARIO
En los tiempos de Jesús, la familia era una institución vital tanto para romanos como para judíos. El pater familias romano, era la expresión de una autoridad, casi divina que tenía dominio sobre las mujeres, los hijos y su descendencia, ellas, carecían de derechos civiles y políticos y estaban siempre bajo la tutela de un hombre. Por su parte, los rabinos enseñaban que el hombre y la mujer estaban destinados a la procreación. Nadie debía quedarse soltero. El padre también actuaba como sacerdote en la Pascua celebrada en cada casa el rito de la circuncisión. La mujer sólo era valorada por su fecundidad. Estaba sometida al padre, y se las consideraba igual que a un esclavo o un menor de edad. No participaban de la vida pública.
El proyecto de Jesús era inclusivo de los niños, mujeres, esclavos y enfermos. Jesús proclama un reino en que el Dios es el Padre y todos entre sí somos hermanos y hermanas, sin explotación. Por eso, la actitud de Jesús significó una ruptura y una novedad para su tiempo, y provocó reacciones de sorpresa y escándalo entre los seguidores de las leyes rabínicas, incluso entre sus propios discípulos.
El nuevo modelo familiar propuesto por Jesús rompe con el pater familias greco-romano y judío y se fundamenta en un discipulado de iguales más allá de los lazos consanguíneos. Con Jesús había gente pobre, gente del pueblo, publicanos, niños, pescadores, mujeres sanadas, que seguían a Jesús desafiando las prohibiciones legales y las costumbres socio-religiosas y culturales.
Por tanto, fuera de este contexto, las palabras de Jesús nos parecen tan radicales que nos presentan un dilema: ¿seguimos a Jesús y dejamos, incluso odiamos a nuestro núcleo familiar (vv. 25-27) y al dinero (vv. 28-33) o nos quedamos con la familia y el dinero y no seguimos a Jesús? No es eso. Hoy, como entonces, aunque lo expresemos de otro modo en nuestras leyes y costumbres, nos sigue gustando el poder y el poseer, en mayor o menor medida, no sólo bienes materiales sino incluso las voluntades y el control de otras personas, llevar siempre la razón, imponer nuestros criterios, que nos den la razón. Por eso, si no se dejan a un lado los intereses familiares, basados en el poder, la injusticia, el autoritarismo, la discriminación, si no se renuncia a todo esto para seguirle a él y promover una nueva familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde el amor, la justicia, y la solidaridad fraterna, no se puede ser discípulo suyo.
¿Y la cruz?
Cruz símbolo de sentencia de muerte, es el patíbulo. Aproximadamente desde el siglo VI a.C hasta el siglo IV d.C, la cruz era un instrumento de ejecución. La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte. Pero para los que creen en Cristo pasa a cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz se convierte en el camino hacia la luz y la esperanza.
Y en tu vida o en la mía, ¿Qué es esa cruz? Eso que te hace sufrir, te humilla, te indigna, eso que no quieres en tu vida. Fracaso, enfermedad, soledad, senectud, historia de heridas, traumas, prejuicios… Todo eso que te hace sufrir y no aceptas…
“Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (v. 27)
¿Crees que ese es tu patíbulo, donde vas a morir sin solución? En el evangelio se te invita a ser discípulo, si quieres, y para ello debes renunciar a tus bienes y abrazarte a esa cruz. Todo lo contrario a lo que nos pide nuestro instinto. Pero esa es tu decisión si quieres ser cristiano y experimentar la resurrección; porque para resucitar, primero hay que morir (Rm 6, 3-11). Morir a tus instintos, criterios, pasiones, engreimientos, controles… Morir a ti, con tu afán de venganza, tus desconfianzas, egoísmos… Y cambiar todo eso por misericordia con el otro, el que según tus criterios se equivoca, perdonar al culpable, amar en definitiva a tu prójimo aunque no tenga razón ni se lo merezca. Eso, es imposible para nosotros (Lc 18,27) pero, para eso se entregó Jesucristo, para que con la fuerza del Espíritu, el que quiera realmente, dejando morir a su hombre viejo lleno de instintos (Ef 4, 22-32), pueda experimentar la resurrección abrazando la cruz y entrar en otra dimensión: LA DEL DISCÍPULO.
¿Y como se consigue este Espíritu?: primero, toma la decisión y luego pídelo. Él dice que nos lo quiere dar. En esto está la fuerza de la oración (Mt 7, 7-8).