El 25 de julio de 1968 el papa Pablo VI entregaba a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad, la encíclica Humanae Vitae sobre la regulación de la natalidad. Han pasado ya 50 años de su publicación. Este documento venía a dar respuesta a la expectación que se había creado en esos momentos históricos y de modo especial durante el concilio Vaticano II en torno a la moral matrimonial. La aparición de la píldora anticonceptiva a comienzos de los años 60 había llevado a algunas personas, también dentro de la jerarquía de la Iglesia, a aceptar los anticonceptivos como medio normal para la regulación de la natalidad.
Algunos pensaban que la utilización de estos fármacos no afectaba para nada a la realización del acto conyugal. Desde el punto de vista físico se podía hacer con la misma naturalidad que si no se usaban. Por otra parte, se evitaba acudir al uso del preservativo o a la interrupción del acto conyugal que ponían de manifiesto una cierta falta de naturalidad. En todo caso, suponían algunos, usar anticonceptivos en algunas ocasiones, podía quedar compensado por una vida matrimonial global abierta a la procreación.
Apertura a la vida
Frente a estas teorías Pablo VI afirma: “Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (HV, 14). ¿Fue una innovación esta afirmación del Papa? ¿Supuso el comienzo de una nueva regla de moralidad? No. Hay que recordar que durante veinte siglos la enseñanza de la necesidad de la apertura a la vida en el acto conyugal fue una afirmación constante en la Iglesia católica. También cuando algunas confesiones cristianas se separaron de la Iglesia, la enseñanza fue unánime. Lutero, Calvino y el mundo protestante habían condenado la anticoncepción.
La fractura doctrinal se produce en la Iglesia de Inglaterra, que en la Conferencia de Lambeth de 1930, cambia la enseñanza que había mantenido hasta la anterior sesión (1908) y admite por primera vez el recurso a métodos anticonceptivos para los casos en que haya motivos para limitar los nacimientos. Unos meses más tarde Pío XI sale en defensa de la continuidad de la tradición en la enseñanza moral, con la encíclica Casto connubii (1930).
Pablo VI no va a rechazar la píldora por ser algo artificial, ni tampoco va a rechazar los fármacos que como remedio a diversas enfermedades o necesidades se puedan tomar y produzcan como efecto colateral la imposibilidad de concebir. El bien o el mal no está en la píldora o el preservativo, sino en el corazón del hombre que elige hacer anticonceptivo un acto conyugal.
La Iglesia afirma que no es acorde con la bondad del acto conyugal poner un medio que lo haga directamente anticonceptivo. El acto conyugal expresa la donación de un hombre y una mujer como personas que se aman y se entregan completamente. Reprimir un aspecto de ese acto, como es la apertura a la vida, significa limitar la entrega y la donación. Poner esa limitación va contra lo que manifiesta el acto conyugal, y por eso se dice que es éticamente malo.
Ciertamente, si el acto sexual no es un acto conyugal, porque no se hace en el contexto matrimonial de dos personas que se han entregado, sino que se lleva a cabo en un contexto de intercambio de favores, de solo búsqueda de placer, de compraventa de servicios, o de violencia y explotación, entonces ya no hace falta hablar de si hay una decisión anticonceptiva o no, porque estamos en unos actos humanos distintos que claramente son inmorales por diversos motivos. Es más, en este caso la decisión anticonceptiva puede tener un aspecto positivo porque sería más justo rechazar la posibilidad de poner en la vida a una persona fuera del marco matrimonial y familiar.
¿Fue bien recibida Humanae vitae por todos?
No, sino que se alzaron algunas voces contra su enseñanza, también entre obispos de la Iglesia. Sin embargo, los siguientes Papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, has continuado afirmando la misma enseñanza. Con el paso del tiempo muchos han reconocido el carácter profético de Humanae vitae, porque supo alzar la voz frente al mundo para defender el matrimonio tal como ha sido querido por Dios, y tal como llena el corazón del hombre.
Pero la enseñanza sobre el matrimonio no se limita ni acaba con el rechazo de la anticoncepción. La reflexión que abre el concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes, supone un cambio de perspectiva en el modo de plantear todo este tema. Sin abandonar las afirmaciones del magisterio anterior, se va a poner ahora el foco, no tanto en la institución matrimonial como contrato que genera unos derechos y obligaciones, cuanto en el amor conyugal que une a dos personas comprometiendo toda su vida y estableciendo una íntima comunidad conyugal de vida y amor.
La misma Humanae vitae, junto a reconocer la validez del recurso a los días no fértiles de la mujer cuando se ve necesario espaciar los nacimientos, va a hacer hincapié en diversas características del amor esponsal para que sea verdaderamente humano. Juan Pablo II dedicará 192 alocuciones a hablar sobre las bondades del matrimonio y la virginidad, como dos formas de comunión, de desarrollo personal, y de apertura a la vida. Francisco con su exhortación apostólica Amoris laetitia, tras recoger las enseñanzas magisteriales de la Iglesia, descenderá a detalles muy concretos para fomentar la comunión matrimonial que fructifica en los hijos.