<<Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra?
Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!
«Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas>> (San Mateo 7, 7-12).
COMENTARIO
El tiempo litúrgico de la Cuaresma recién estrenado y su duración simbólica de cuarenta días tienen su modelo en Cristo que se retira al desierto para orar y ayunar, que combate y vence al diablo con la Palabra de Dios. El Cristo orante que se nos presenta en los dos primeros domingos de la Cuaresma pone a la Iglesia ante una exigencia interior. La oración personalizada e historizada, por así decir, a partir de la palabra escuchada. Jesús vive así su misterio pascual. Y la Iglesia es llamada a una oración más intensa, en este desierto en el que, como en la experiencia del pueblo de Israel, de los profetas y de Jesús, la oración puede ser lucha (ascesis – purificación), pero puede ser también experiencia de gloria (mística – iluminación). Siempre comunión con Dios. La oración, junto con la limosna y el ayuno es una de las armas que la Iglesia nos invita a poner a punto en la escuela de oración que es el tiempo privilegiado y propicio de la Cuaresma. Dime cómo oras y te diré cómo vives. ¿Cuánto tiempo le dedicas a la oración en tu vida personal y familiar? De la radical importancia de la oración para la vida cristiana habla hoy la Palabra de Dios: pedid y se os dará... Sin oración no hay fuego en el corazón. La oración es el alimento de la fe, la fuente nutricia de la esperanza y el manadero permanente de la caridad. Sin oración no hay misión, cuando no oramos, nos sobreviene la «di-misión», nos pasa como al pueblo de Israel en el desierto: sucumbimos ante nuestro Adversario que es más fuerte e inteligente que nosotros. Sin descubrir el arte de la oración, estamos a merced de nuestros enemigos. Hoy los bautizados no sabemos orar y, en consecuencia tampoco enseñamos a orar a nuestros hijos. De aquí la anemia espiritual que padecemos y que está conduciendo a un empobrecimiento muy acelerado y progresivo de nuestras comunidades parroquiales; a un enfriamiento de la caridad y a un desentendimiento de la misión esencial y fundamental de la Iglesia, de toda comunidad cristiana, como es la evangelización. Sin oración, solo nos quedan ritos vacíos y fríos que no calientan el alma ni despiertan la vocación misionera. Sin oración, la fe se vuelve sosa, la caridad se apaga y la esperanza se difumina del horizonte de nuestras vidas.
Enséñanos a orar, le pidieron los apóstoles a Jesús. Y el Maestro les dijo cómo había que orar: siempre y en todo lugar, con intrepidez, sencillez y humildad, como un hijo habla con su Padre, en total confianza y abandono: Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden; como la viuda inoportuna del Evangelio: insistiendo a tiempo y a destiempo, orando constantemente. Es más, Jesús nos señaló el contenido mismo de la oración: «Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en el cielo…» (Mt 6, 7-9). Santa Teresa de Jesús, experta orante, nos dejó esta bellísima definición sobre la oración: «A mi parecer no es otra cosa oración sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama«. ¿No es cierto que tratamos poco con el Señor, que le dedicamos muy poco tiempo? ¿Cuánto hace que no frecuentas la visita al Sagrario donde está el Señor presente esperando para escucharte y amarte? ¿Cuántas horas dedicas -en la intimidad- a leer la Biblia que contiene la Palabra misma de Jesús que ilumina, orienta y guía nuestra vida cuando la ponemos bajo su mirada? El Papa Francisco, en su Mensaje nos dice: “En esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123)
Sí, necesitamos aprender a orar más y mejor. ¿Dónde puedo aprender el arte de la oración? ¿Quién me puede enseñar a tratar a solas con quien sabemos nos ama? La Iglesia, es Madre y Maestra, ella nos enseña y adentra en el arte de la oración a través de los tiempos litúrgicos de un modo más intenso, sobre todo, a través de la oración litúrgica, comunitaria y eclesial de la Liturgia de las Horas. Para adentrarnos en el combate de la oración tenemos como modelo referencial a Jesucristo mismo porque Él «nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuando Él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas por una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; y la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación» (cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia, nº 544). Según el Catecismo, las fuentes de la oración cristiana son: la Palabra de Dios, la Liturgia de la Iglesia, las virtudes teologales y las situaciones cotidianas porque en ellas podemos encontrar a Dios (nº 558).