A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel (San Lucas 1, 57-66.88).
COMENTARIO
Zacarías profetiza a impulsos e iniciativa del Espíritu santo: ¡Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados!
El Cielo es personalista, da nombre y oficio. Fue el que se encargó de llamarle Juan y ahora se ocupa de darle su oficio santo. Es Dios quien crea y recrea a los seres humanos. A nosotros nos toca dejarnos hacer por El. Es lo más sensato y coherente con nuestra propia condición de criaturas. El Dios personal crea a las personas y las trata como tales, dando con mucho amor nombre y oficio. El asunto está en descubrir ese nombre y esa tarea en la vida. Dios Padre, a través del padre Zacarías, se dirige a un tú concreto: “Y a ti…”; Pronombre (tú), nombre (niño) y nombre (Juan). Así de personal es el Dios Altísimo. Elevadísimo pero… cercanísimo, humanísimo.
Juan ya nace tocado por la gracia. Es caso especial por tener oficio “de paje real”. Bueno, más que paje, ya se entiende. Es el precursor del Salvador. A Cristo no le hace falta nada de nada. Se basta a sí mismo. Sin embargo, quiere y requiere un precursor que le prepare el camino. Es humildad pura. Esa virtud tan desconocida en el reino de los hombres y tan necesaria para todo. El Verbo eterno se rodea de unos padres, de unos discípulos y antes… de un precursor, el suyo: Juan bautista, santo él.
Este Dios que nombra y destina es un Dios Padre. Por eso en esta profecía en particular se dirige a Juan como niño en su sentido pleno bíblico. Es uno que sirve y aprende. Ese es su cometido de amor. La edad biológica podrá seguir su curso natural pero siempre se es niño ante Dios, en su sentido espiritual. San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales nos dice que el hombre ha nacido para servir al Señor y encontrar ahí la perfecta felicidad de amor. Él nos cuenta de sí mismo que era conducido por Dios como un niño de la mano de su padre. Infancias espirituales de resabios teresianos. La doctora de Lisieux enseña con su vida y escritos el dejarse en manos de la Providencia rumbo a la Felicidad perfecta.
Por todo esto, ¡qué bien suenan estas palabras: y a ti niño…! Esto es empezar bien una profecía y una carrera auténtica eclesial: Ser niños, eternamente niños, con categoría de madurez total. Esos son los santos. Así son los santos.
A Juan le ponen nombre y le dan oficio: Te llamarán profeta del Altísimo… Él no se adjudica ni una cosa ni otra. Es nombrado de dos maneras: Juan y profeta. Juan profeta pues, antes que Juan bautista. Nosotros nos solemos resistir a ser “manipulados” por la gracia. Que nos traten con respeto, sin empujones. Este niño ya desde su concepción es objeto de predilección de la gracia. Es lo mejor que le pudo pasar: nacer con tanta gracia y con tanto don del Cielo.
Juan es profeta “porque va delante del Señor a preparar sus caminos”. Me recuerda un poco a Moisés. Va delante del Señor preparando caminos, pero va detrás de él porque es él el que lleva la voz cantante diríamos. Es Dios el que dirige y gobierna a su Pueblo. Moisés es impulsado por Dios y es este mismo Dios quien le abre el mar que tiene por delante y se hace presente en columna de nubes y columna de fuego. Dios Altísimo por detrás y por delante, que lo envuelve todo y acompaña siempre. Es un Dios que no se olvida del pueblo que él mismo ha constituido.
Juan tiene que preparar algo que no es suyo. Se trata de preparar los caminos del Señor, no los suyos. Ya se ve que sin humildad no se vas ninguna parte, ni en la tierra ni en el cielo. Este juan no es el Cordero que quita los pecados, no es el que la gente piensa. Hay uno que es más que él y a quien no merece desatar las correas de sus sandalias. Humildad pura. Servicio puro. Misión pura. “Preparar sus caminos”. Eso, sus caminos. El verbo preparar es delicioso. No me gusta el adjetivo pero es el más expresivo que encuentro ahora: delicioso. La preparación es obra del amor. Se prepara una fiesta, una merienda y un regalo; se prepara el hogar para acoger y los lugares para festejar; se preparan medicinas para curar heridas. Preparar un brebaje mortal o una bomba terrible no es propiamente preparar. Eso es maquinar físicamente para dañar y matar. La preparación va con el afecto y la delicadeza. Esa madre que prepara la maleta a su hijo que va de viaje…, eso sí que es preparar. Juan es el designado para preparar… esos caminos del Verbo encarnado. Abrir boca con afecto al Amor que ya llega con amor. Juan sirve a Cristo, el Ungido.
Juan lo hizo muy bien. Favoreció la acción salvadora del Señor. Realicemos nosotros bien nuestra misión para propiciar la acción redentora del Salvador.