Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que tanto amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» Luego, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (San Juan 19, 25-27).
COMENTARIO
¡No! No me he equivocado, no se me ha olvidado la “S” en la primera palabra del título. Quienes hayan celebrado o vayan a celebrar la Eucaristía en el día de hoy pueden advertir la proclamación del antiquísimo y bellísimo himno mariano “Stabat Mater Dolorosa”.
Nunca olvidaré al santo sacerdote D. Jesús, párroco de “la Paloma” en Madrid, que cada vez que salían noticias o más bien fabulaciones de supuestas “apariciones” de la Virgen llorando, replicar con vehemencia: “¡Eso es herético: la Virgen está feliz en el cielo!”.
Y efectivamente, creo que llevaba toda la razón. El “Stabat” no es un himno que se regodea en el sufrimiento para mayor deleite de mentes pseudorreligiosas que confunden la piedad con el sado-masoquismo. “Stabat” es ante todo un canto de esperanza: Estar dónde hay que estar, cómo hay que estar y cuándo hay que estar. “Stabat Mater Dolororsa” ante todo por ser una madre valerosa, que no se derrumba ante el dolor, que se mantiene en pie ante el acontecimiento de la Cruz: Valor en medio del sufrimiento, valor sustentado por la esperanza; en definitiva lo que llamamos “autenticidad”. Efectivamente, como diría alguna ex-ministra: “No todas somos iguales”.
Autenticidad que se contagia. Quiero detenerme en un detalle que me ha llamado la atención del texto evangélico de hoy; o mejor dicho, de su traducción. Es obvio que el lenguaje es algo vivo y el sentido de las palabras, el léxico, evoluciona. Por esta razón los libros litúrgicos, los leccionarios entre ellos, han adaptado ciertas expresiones y giros gramaticales, personalmente creo que no siempre con el mismo grado de acierto. En el caso del texto de hoy, al ser muy conocido, llama especialmente la atención. A todos nos suena el final: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”; que en la versión litúrgica actual traduce: “la recibió como algo propio”.
Yo, lo que suelo hacer es acudir al original griego, aun con el escaso conocimiento que tengo de las lenguas clásicas. En esta ocasión, creo que el matiz enriquece. Se utiliza la expresión “idia” (que hace referencia a “identidad”). Acoger en la propia casa puede ser un acto de hospitalidad, que no es poco; pero “idia” hacer de esa presencia “algo propio” significa que cambia la propia identidad. En el “Stábat” escuchamos: “contemplaba y dolorosa miraba…” Hacer de esta actitud “algo propio”: María, figura de la Iglesia. El “discípulo amado”, figura de todo creyente. “Estar”. Muchas veces, en muchas circunstancias, se trata solo de “estar”, de “saber estar”. Compartiendo sentimientos, haciéndolos propios. ¡Cuántas veces ante una situación dolorosa decimos de forma casi automática e inconsciente: “Te acompaño en tu sentimiento”! ¡Si de verdad fuésemos conscientes de todo lo que implica y nos debería involucrar esa expresión!
Estar junto a Jesús y dejarse contemplar por él. Acoger a María y hacer de su sentir “algo propio”. Continúa el “Stabat”: “¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo… y que el llanto dulce me sea…”
Esto no es “sado-masoquismo”. Es autenticidad.