En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola:
-«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo» (San Mateo 13, 31-35).
COMENTARIO
Al leer este pasaje, con el ánimo de imitar a Jesús, podemos percibir en lo íntimo del corazón una cierta nostalgia por el hecho de no haber vivido físicamente en ese siglo primero, por no haber visto con nuestros ojos a Jesús, por no haber escuchado con nuestros oídos la cadencia de sus palabras, por no haber rozado, al menos, con nuestras manos su túnica, por no…. Y podríamos continuar buscando y encontrando tantos “noes” acerca de esa cercanía física con Jesus, perfecto Dios, perfecto Hombre. Todo lo que nos sugiere en este Evangelio es como íntimo, como pequeño… y podemos pensar que en nuestras circunstancias actuales no podemos captarlo del todo.
Pero es que resulta que Jesucristo es “Ayer, Hoy y Siempre”. Me conmueve y ayuda releer en la Novo millenium ineunte de San Juan Pablo II, en el número 32, punto dedicado a la oración en donde dice como rezando se desarrolla un diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos. Ese es el misterio gozoso del cristiano “estar” “ver” “tratar” al Señor. Es vivir y ver todo con los ojos de la fe.
San Josemaría señala que la fe es “luminosa oscuridad” Nos vemos físicamente, pero vemos con los ojos del alma y del amor. Y no es esto una expresión gratuita; en el Evangelio no sólo conocemos a Jesús, su modo de ser y de actuar, su trato con Dios Padre, etc. Sino que podemos llegar y aspirar a tener sus mismos sentimientos.
Esa es hoy mi sugerencia. Que, con la naturalidad de lo sobrenatural, procuremos que, con nuestra vida, con nuestra palabra, con nuestra atención a los otros, a cada uno, Jesús sea conocido, tratado, amado. Pienso que el Señor –hablando simbólicamente- a veces puede extrañarse de que tengamos poca confianza con Él. Por eso, una enseñanza de este Evangelio en el que nos anima a verle, esa realmente querer verle, descubrir mejor el carácter luminoso de la fe. Bien es cierto que a nadie se le puede imponer este don, pero igual es de cierto que la fe en Jesús tiene tanta fuerza que no solamente salva al que cree, sino que, como vemos en el Evangelio algunos se curaron por la fe de los otros.
Dichosos por haber recibido -o por poder recibir- el regalo de la fe, consideremos en nuestra oración, en nuestro examen como agradecer esta virtud y como extender en nuestros ámbitos que sea profesada, celebrada, vivida, rezada.