En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
–Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (San Marcos 6, 7-13).
COMENTARIO
De dos en dos, y al mismo paso. Así caminan los bueyes cuya misión es arrastrar la reja del arado para abrir los surcos en los que se habrá de echar la semilla. El labrador, delante, marca la ruta que han de trazar y, detrás, irá esparciendo la simiente. Resultaría misión imposible si cada una de las reses quisiera seguir su ruta y su ritmo. Para eso está el yugo, para acompasar. El instinto natural rechaza ser uncido a otro y es esa resistencia la que hace doloroso el yugo.
Dicen los eruditos exegetas que la razón de que “los doce” fuesen enviados de dos en dos es que para que un hecho fuese dado por válido se requería el testimonio de, al menos, dos varones adultos. Sin ánimo de quitar fuerza a este argumento, mi opinión personal es que a Jesús esto le importaba bien poco. Tuvo la audacia de elegir como la primer testigo -¿o ya hay que decir “primera testiga”?- del primer “Kerigma” a una mujer.
Creo que la razón de que el envío fuese de “dos en dos” está en la propia esencia de lo que es la misión: Conciencia de ser enviado (no me anuncio a mí, por eso no voy solo); es toda la comunidad la que evangeliza no un individuo por su cuenta, y en precariedad.
Ahora hacemos sesudos “planes de evangelización” trienales, quinquenales, para jóvenes, para alejados, para familias, para parados, para extranjeros, parroquiales, diocesanos, universitarios, internacionales… Eso, sí; programados en desde el ordenador de un despacho y ofrecidos con las últimas técnicas de “marketing” en centros comerciales especializados y acogidos al patrocinio del más grande evangelizador de todos los tiempos que, por cierto, él mismo se reconocía débil, tímido y tembloroso en su misión, sin prestigio ni sabiduría humana, para así dejar actuar al Espíritu. (Cf. 1ªCo. 2, 1-5).
Sin pan y sin dinero. Un bastón, un manto y unas sandalias. ¿Y sin proyector de “power point” ni equipo de sonido, ni un “roll up” para anunciarse?
Pues así es y desde siempre, desde Abrahám (“Sal de tu tierra…”); Cuando Moisés se siente incapaz para la misión que se le encomienda, Yahveh le pregunta: “¿Qué tienes en tu mano?”. “Un cayado”, respondió. Y este bastón fue su único equipaje, pues hasta de las sandalias se tuvo que descalzar.
Solo la ligereza de equipaje da libertad. Cuando se tienen demasiadas maletas cuesta trabajo reemprender el viaje. El sedentario va perdiendo la capacidad de captar la novedad de Dios, se instala y siempre tendrá una razón para no salir.
Un bastón, como Moisés, signo de que Dios está con él. Un manto, como Elías, para saber cuándo hay que retirarse y pasar el testigo de la misión a otro. Y unas sandalias, que no se desgastaron a lo largo del camino y de las que tantas veces hay que descalzarse, porque la tierra de misión es “tierra sagrada”, para calzar con ellas a su vez los pies del “hijo” que ha estado fuera y que, tras la escucha del misionero, emprende el camino de retorno a la Casa del Padre.
Solo la precariedad abre a la fe. Sin pan y sin dinero. Preocupados por hacer presente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura. El Dios providente, que da de comer a las aves del cielo y viste a los lirios del campo, también abre a la hospitalidad y da cada día el pan de cada día.
Con autoridad sobre los espíritus inmundos. Autoridad (en el original griego: “Exousía”: Servicio). Evangelizar es estar al servicio de todo lo que afecta al hombre, liberando de todo aquello que esclaviza. La misión es una lucha contra el Maligno, en todas sus manifestaciones. Por eso “los demonios” también se manifiestan. Cabe el rechazo. La Buena Noticia no se impone, se propone; y el resultado depende de otro. Unos preparan la tierra y otro es el sembrador. El hecho de que una parte caiga en el camino, el pedregal o el espino no es óbice para dejar de sembrar, pues hay otra parte que da el treinta, el sesenta o el ciento de fruto.
¿Y cuál es la recompensa? Pues el propio anuncio del Evangelio. (Cf. 1ª Cor. 9, 18). Cuesta trabajo dejarse uncir a otro (“No me habéis elegido vosotros a mi…” -Jn. 6, 70- ); pero “donde hay dos o más” en nombre de Cristo, ahí está Él (Mt. 18, 20), muchas veces como compañero de camino desconocido como con los “dos de Emaús”.
Los que alguna vez hemos hecho la experiencia de ir “de dos en dos”, anunciando el “kerigma” por las casas, tímidos y temblorosos como San Pablo, experimentando portazos en las narices, deseando terminar… siempre hemos compartido un sentimiento común: “¿No ardía nuestro corazón mientras íbamos de camino…”?