“Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca”. Él respondió: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”. Así recorrió toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”. Marcos 1, 29-39
La suegra de Simón estaba enferma. Intercedieron por ella: “inmediatamente le hablaron de ella”; he aquí la importancia de la oración de intercesión al Señor. Y el Señor les escuchó: porque la oración que más escucha es la que hacemos pidiendo por otro. Y el Señor “se acercó, la tomó de la mano y la levantó”. Por eso no hemos de decaer ni desistir en seguir rezando cada día por nuestros seres queridos más necesitados. También a nosotros el Señor nos ha curado de muchos males gracias a la oración de otros, de nuestra madre y de nuestros hermanos en la fe. Y también nosotros una vez curados nos hemos levantado y puesto a servirle a Él en nuestros hermanos.
Nosotros los cristianos también hemos de recoger a los enfermos y lisiados del campo de batalla de este mundo y llevarlos al Señor: “le llevaron todos los enfermos y endemoniados”; llevarlos al hospital de campaña que es la Iglesia, en palabras del Papa Francisco. No podemos estar ajenos a la multitud de enfermos que se agolpa a la puerta esperando ser curados por el Señor, para que sean curados de sus muchos males y sean expulsados los demonios que los atormentan.
El Señor “se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar”. El Señor se puso a orar en la noche, y multitud de cristianos en todas las partes del mundo se levantan, aún de noche, a orar por tantos y tantos pecadores víctimas del mal para que sean curados y liberados de la esclavitud del pecado y de los demonios. Porque, aún sin saberlo, todo el mundo busca al Señor. Por eso la necesidad de salir a predicar a todas partes, hasta la aldea más remota, para anunciar la libertad a los pecadores y la expulsión de los demonios.