En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio»: que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». (Mateo 9, 9-13)
El evangelio donde se narra la llamada de Leví, es un rasgo autobiográfico de Mateo ((9, 9-13). Caravaggio ha pintado esta llamada, centrando el juego de luces y subrayando los rasgos sicológicos de los protagonistas:
En la mesa, vestidos ricamente, cuentan monedas los agentes del fisco y los contribuyentes.
Un apóstol descalzo, con la espada al cinto y un sencillo manto, imita la acción de Jesús, en comunión con Él, y como invitando al nuevo miembro de la comunidad apostólica. Jesús joven, con una aureola casi escondida, llama decididamente a Leví con la mano y con la palabra.
Sabemos lo que dice por el Evangelio:
¡Sígueme! Él se levantó y le siguió.
El haz de luz, propio del más genuino Rembrandt, viene del lado alto derecho del cuadro, lugar de la Transcendencia. Es un rayo que ilumina la humanidad de Jesús, Dios y hombre verdadero, y la de todos los presentes. la Luz, imagen de la fe, viene inclinándose suave y decididamente sobre un Mateo sorprendido. La sorpresa está doblemente expresada, por el estupor del rostro, y por el gesto de la mano, con el que Mateo se está autodesignando. Viene a decir, sorprendido el rostro, y temblandole la voz.:
¿A mí?
Para mí, que razono y critico todo, Caravaggio me saca del púlpito a la calle, que es lugar habitual de la acción de Jesús. Imaginemos esta escena en plena locura de los altos y bajos de las cotizaciones de la Bolsa de Wall Street, en la de Tokio, o en la de Madrid. Jesús llega, en medio de las carreras y del griterío general, mira a uno cualquiera de los agentes de bolsa, y le llama:
¡Tú, sígueme!
No es difícil imaginar el estupor general, y menos aún el revuelo de los amigos del preceptor de impuestos, que se autoinvitan al banquete de fiesta dado para agasajar – ésta vez -, al Señor “que llama a los pecadores”.
No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. (Mt 9, 9-13).