En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz:
-«¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús le increpó diciendo: -«¡Cállate y y sal de él».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: -« ¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen».
Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca. (Lucas 4, 31-37)
El Evangelio de San Lucas que meditamos hoy comienza hablando de la autoridad con que Jesús hablaba y el asombro que producía en todos los que le escuchaban. Jesús, el Señor, está lleno de poder porque es el mismo Dios encarnado. Bajo el velo de su humanidad late y se esconde toda su divinidad eterna, omnipotente, infinita…Jesús posee toda la autoridad de Dios. El gobierna el universo con su palabra poderosa, nada puede resistirse a su voz ni en el cielo, ni en la tierra, ni en el abismo.
El, que es uno con el Padre, posee el imperio sobre lo visible y lo invisible, sobre todo lo creado, sobre los ángeles y sobre los demonios. Pero en su vida terrena Jesús ha querido ocultarse y pasar como uno de tantos, porque quiere que el hombre le preste el homenaje de la fe. Los demonios gritan a voces delante del Señor: ¡Sabemos quién eres! Gritan y se retuercen ante el horrible espectáculo que resulta para ellos ver a un Dios sometido a la pequeñez de la condición humana.
La soberbia del demonio se dispara, no logra guardar silencio, se desborda en catarata de odio, blasfemia. Es este el distintivo de Satanás y de todos los Angeles caídos: no serviré, no me humillaré jamás, quiero ser como Dios…¡El diablo se veía tan hermoso! Como dice el profeta Ezequiel: “Eras un dechado de perfección, lleno de sabiduría y acabada belleza…Yo te había establecido como querubín protector en la sagrada montaña de los dioses ibas y venías entre piedras de fuego. Por tu belleza tu corazón se hizo arrogante y por eso te arrojé sobre la tierra”.
He aquí la historia de Satanás: del fuego de amor que ardía en el jardín del Edén a un fuego que devora sus entrañas y lo reduce a cenizas. Pero el Señor se ha compadecido de los hombres y ha venido a salvarlos del poder del diablo. La autoridad y poder de Jesús están sometidos al amor. Jesús siempre escucha los ruegos de los que le suplican y pone en juego todo su poder en favor de los hombres. Pasó haciendo el bien, sanando, expulsando demonios, resucitando muertos…anticipo del gozo eterno que nos espera en el Reino de su Padre.
Y, si vemos que El lo puede todo, debemos vivir sin miedo en sus manos. Así agradaremos a Dios que se complace especialmente en las almas que confían en su Bondad. La humildad y la confianza son dos caras de una misma moneda como lo son también el orgullo y la desconfianza. El que se sabe pobre, pequeño y necesitado abre con facilidad su alma a la confianza y abandono total en Dios.
La humildad y la confianza son dos alas que hacen planear al alma en subido vuelo a lo más alto del cielo. Ser humilde y fiarse completamente de Dios es el secreto de toda vida espiritual que anhele llegar a un profundo conocimiento de Dios. La gran Teresa de Avila confesaba que todos los bienes le vinieron por la humildad, el abatimiento que sufrió San Juan de la Cruz le permitió dar a la caza alcance…y así la lista infinita de los Santos suscribirían el poder oculto y tremendo de esta virtud que es fundamento y sostén de toda la vida espiritual.
Por ella y a través de ella, como de una puerta, entran al alma el gozo inquebrantable, la paz profunda, la esperanza cierta, la fe perfecta, el amor infatigable. Nuestro esfuerzo en el combate espiritual no debe ser conseguir la victoria siempre sino conservar la paz del corazón y el abandono en Dios. El auténtico combate espiritual, más que la lucha por una victoria definitiva, consiste en aprender a aceptar con humildad nuestros fallos sin desanimarnos, entristecernos en exceso y sin perder la paz del corazón; sabiendo, que esas debilidades, son una fuente de humildad que nos conserva en nuestra verdad y nos mantiene unidos a Dios, única fuente de todo bien.
El que acepta serenamente sus equivocaciones manifiesta verdadera humildad y amor de Dios.
Decía San Francisco de Sales que no es necesario ser demasiado puntilloso en el ejercicio de las virtudes sino que hay que ir hacia ellas serena, pronta, franca e ingenuamente, con libertad, buena fe, grosso modo. Temo a las almas raquíticas y sombrías, decía el Santo Obispo.
El Señor nos invita pues, a caminar en la verdadera humildad y en la paz, a fiarnos siempre del corazón amoroso y compasivo del Padre del cielo que vela por sus hijos sin descanso y que desea siempre lo mejor para nosotros, aunque nos resulte difícil de entender, algunas veces. Los hilos de un tapiz visto por el revés pueden ser una maraña complicada y sin sentido pero, cuando pase esta vida, lo veremos todo tal cual es, con la hermosura de un diseño perfecto y lleno de amor.