Entonces vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muriere y dejare esposa, pero no dejare hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su hermano.Hubo siete hermanos; el primero tomó esposa, y murió sin dejar descendencia. Y el segundo se casó con ella, y murió, y tampoco dejó descendencia; y el tercero, de la misma manera. Y así los siete, y no dejaron descendencia; y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer? Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios? 12:25 Porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos. 12:26 Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis. (Mc 12,18-27)
En estos días estamos leyendo los textos de San Marcos que sirven de entrada trágico-triunfal a la pasión-muerte-resurreccin, y entonces, pasando de una creen falso y lo «lemente a la tragedia de la muerte de cruz del Salvador; pero tambiarremeten conón-ascensión de Jesús, según el evangelista va exponiendo cómo se va calentando el ambiente contra Jesús. Y digo “trágico-triunfal” porque estos episodios iban a conducir inexorablemente a la tragedia de la muerte de cruz del Salvador; pero también indefectiblemente a su gloriosa resurrección. Las controversias con los sumos sacerdotes, los fariseos, los saduceos y los ancianos van subiendo de tono, y no saben ya qué inventarse para cazar al Señor en una trampa saducea: nunca mejor dicho, porque esta vez son los saduceos los que arremeten contra él, a ver si, por fin, da un paso en falso y lo pillan en una contradicción.
Sabido es que los saduceos no creían en la resurrección, y, entonces, pasando de lo que podría haber sido una pregunta honesta que les iluminara sus creencias, recurren con cierta sorna a una cuestión ridícula que se acerca a la burla: apoyándose en la ley del levirato (“levir” significa cuñado: ver Dt 25), le plantean el caso más bien estúpido y grotesco (el episodio lo narran los tres sinópticos) de una mujer que tuvo siete maridos (todos hermanos), que van muriendo sucesivamente, para que decida de quién será mujer esa viuda en la resurrección de los muertos.
Para los saduceos el tema de la resurrección es una teoría, una hipótesis. El Señor desenmascara su error de método porque no entienden ni la Escritura (ellos se ufanaban de aceptar solo el Pentateuco) ni el poder de Dios. Así, Jesús, sin salirse de esos libros del Antiguo Testamento admitidos por ellos, se remite al episodio de la zarza ardiente de Moisés (ver Éx 3) para darle su justa interpretación, dejando al descubierto su ignorancia de las Escrituras, y más aún de su nula comprensión de lo que es el poder (“dynamis”) de Dios, que al revelarse a sí mismo a Moisés, se revela como Dios de vivos, no de muertos, de modo que Abrahán, Isaac y Jacob son personas vivientes, porque “para él (para Dios) —especifica San Lucas: 20,38— todos están vivos”. No basta, pues, con conocer literalmente la Escritura, sino además es necesario abandonarse al “poder” de Dios: Vosotros llamáis, muy bien, a estos patriarcas, padre de Moisés, pero no veis que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”. Podr evar algo a cabo (p.ej., Lc 24,rdando que el t «crituras, y menos entienden el poder («solo aceptaba el Pentatuco) ni el poder íamos reforzar el argumento recordando que el término «dynamis”, usado en sentido relativo denota capacidad inherente, capacidad de llevar cualquier cosa a cabo (p. ej., Mt 25,15; Hch 3,12; 2 Tes 1,7;… y que, utilizado en sentido absoluto, como es el caso aquí, indica poder para obrar, para llevar algo a cabo (p. ej., Lc 24,49); poder en acción (p. ej., Rom 1,16; 1 Cor 1,18; Ef 1,21; 3,16; Col 1,11;…
Pero en el texto evangélico hay también otro argumento que debemos destacar: “Vuestra ignorancia es tan supina —vendría a decirles Jesús— que efectivamente estáis a dos velas sobre lo que es la resurrección (¡ya me gustaría a mí saber si después de aquella Pascua de Resurrección y Pentecostés se convirtieron a la fe algunos, o muchos, saduceos!, después de que tiempo atrás salieran un tanto escaldados por el jarro de agua fría que les echó Juan Bautista, “cuando muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara” [Mt.3,7] y les espetó: ‘¡raza de víboras’!), porque en la resurrección de los muertos ya no habrá matrimonio, pues, superada la muerte, todos serán como ángeles de Dios”.
Entramos aquí en un terreno en que tendríamos que ser más instruidos en angeleología y escatología, en el significado, contenido, modalidad y cualidades de los cuerpos resucitados, temas que necesitan otra profundidad que no permite este breve comentario. Pero sí me gustaría señalar que, con frecuencia, hacemos una transposición antropológica de que tal como es nuestra vida aquí (nuestra familia, nuestros seres queridos, los esposos, hijos, padres, nietos, abuelos…), igual (aunque mucho mejor) será allá en el cielo. Se nos olvida que el pecado original habrá perdido su veneno y la concupiscencia habrá desaparecido. Quizás haya un legítimo sentimentalismo en este antropomorfismo aplicado a Dios y a la vida eterna, pero prefiero centrar la atención no en el hombre (la esposa, el esposo, los hijos…), sino en Dios: en la vida futura no hay marido ni mujer y, en consecuencia, deberíamos decir que ciertamente estaremos junto con todos los hombres salvados, incluidos nuestros familiares y allegados, pero lo importante en el cielo es la plenitud del amor de Dios. Cuando está presente el Sol (Cristo Resucitado), no necesitamos de la luz de la luna y las estrellas (la familia): la Jerusalén celeste “no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23). La fuente de la nuestra felicidad será “ver” a Dios (“lo veremos tal cual es: 1 Jn 3,2, como lo están viendo los ángeles), es decir, conocerlo progresivamente cada vez más y, cuanto más lo conozcamos, más lo amaremos. El centro del cielo es, pues, el Cuerpo de Cristo resucitado, en el que estaremos todos recapitulados (encabezados por Él: ver Ef 1,10), “hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).