Carlos Eugenio de Foucauld, nacido en Estrasburgo en 1858, no estaba, en un principio, destinado a la santidad: pronto abrazó la carrera de las armas, combatiendo en Argelia entre 1880 y 1881. Tras su etapa castrense, emprendió una brillante trayectoria de geógrafo, recorriendo durante dos años Marruecos, cuyo territorio estaba hasta entonces mal explorado. Su labor fue premiada con la Medalla de Oro de la Sociedad Geográfica de Francia.
Su éxito profesional tenía como corolario el vacío espiritual: había sido bautizado en la fe católica, pero no tardó en alejarse de ella, llevando -sobre todo en sus años como militar- una vida desordenada. Hasta que en 1886, conoció al padre Huvelin, que le invitó a visitar su parroquia parisina. Su conversión fue fulminante y decidió entregar a Dios el resto de su existencia.
Primero tomó los hábitos en un monasterio trapense en el que permaneció durante más una década y en el que fue ordenado sacerdote allá por 1901. Sin embargo, el pretendía acercarse todavía más a Dios y pensó que la mejor manera de lograrlo era trasladarse de nuevo a África. Esta vez, el lugar elegido fue Tamanrasset, un feudo Tuareg situado en el sur de Argelia. Allí llevó durante años una vida cuyos pilares eran la oración y el trabajo hasta que fue asesinado en 1916 por unos saqueadores sanusíes.
Su legado intelectual y apostólico está constituido por varios libros, entre los que destacan sus Escritos espirituales, una obra que se caracteriza no tanto por su profundidad teológica como por la búsqueda de un contacto directo con Dios. Su método espiritual consta de dos etapas: la primera consiste en imitar a Cristo en su pobreza y en sus humillaciones; la segunda, en fusionarse con Él. Fue beatificadoen 2005.