«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: ”Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. El replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”». (Mt 20,1-16 a)
Dios no se cansa de llamarnos. Para mí este es el centro de esta Palabra y no los diálogos imposibles entre el dueño de la viña y los jornaleros. Ya sé que Dios y los hombres hablamos en distinta longitud de onda. Basta escuchar: “Vosotros que sois malos…”, frente a: “Solo Dios es bueno…” para saber que cuanto se separan los cielos de la tierra se distancian su voluntad y la nuestra. Es así, no despierta mi interés.
Dios no se cansa de buscarnos. Al amanecer de la vida, al mediar su transcurso, en la juventud, en la madurez, en el atardecer de la vida y en su ocaso Dios nos sale al paso buscándonos. Para ese encuentro hemos sido convocados a la aventura de la existencia, esto sí me interesa.
¿Qué más da el momento en que lo descubrimos si es Dios quien paga? El problema no es cuándo despertar sino despertar, ya sea de madrugada, a la hora tercia, a la nona o en la noche. El caso es despertar de nuestro mal sueño; que sea antes o después es anecdótico. Lo lamentable es vivir sin saber que Dios nos anhela; eso es no entender nada, vivir de forma inmadura, como eternos niños… Pero Él nos ronda y cuando rompemos la comunicación reinicia nuestra búsqueda.
Dios no se cansa de querernos. Nuestras intrigas para valorar nuestra aportación en esta viña de la vida y nuestras quejas al compararnos con otros exigiendo más aprecio, ponen de manifiesto que no hemos captado aún Quién es el que nos convoca, que sabemos muy poco de la Vida. Admitirlo sería ya un gran paso. Detrás de nuestras aparentes seguridades se agazapa un ser pequeñísimo que no sabe nada de nada de lo más importante de la existencia, aunque crea saber algo.
Cuando llegue el momento de la paga, cuando se descorra el velo y nos encontremos cara a cara con la Verdad definitiva nos vamos a quedar boquiabiertos contemplando a Aquel que nos buscaba. ¡La paga no admite aumento porque es infinita! ¡Señor, aunque sea a última hora, aun en el último lugar, no te canses de llamarme!
Enrique Solana de Quesada