«En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y, si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el reino de Dios’»». (Lc 10,1-9)
Comienza la Cuaresma y el Señor nos envía, de dos en dos, signo de la dualidad existente en su persona: Dios y hombre. Y nos manda a todos los pueblos donde posteriormente irá Él. Y ¿qué decir? Inexorablemente —mi experiencia de fe—, esa teoría que tantas veces este pueblo ha oído y cada vez mas ha tergiversado: ¡Que Dios te ama tal y como eres y ha mandado a su Hijo que nos amó hasta el extremo, dando su vida por nosotros cuando éramos sus enemigos!
Pero esto suena a “ya, ya… bueno… no tengo tiempo para escucharle” … y llueve sobre mojado. En cambio, si hacemos como Moisés, que metió su mano en el ropaje de su pecho y la sacó llena de llagas, y regresándola a meter de nuevo la sacó sana; si le mostramos al mundo cómo estábamos en la muerte, sin que nuestra vida tuviese sentido y al encontrarnos con el Señor, y a través de la necedad de la predicación, mi vida ha cambiado, para pasar de ser una vida chata a una vida plena de sentido y de amor.
Por eso, este tiempo es un tiempo de reflexión; de pararnos y mirar en dónde estábamos y adónde estamos ahora; de ver dónde el Señor ha estado grande con nosotros. Tiempo de poner ante nosotros nuestros pecados, para que, si somos sinceros y humildes preguntarnos, ¿con qué valor podré juzgar al otro? Solo desde el reconocimiento y el agradecimiento por la misericordia recibida podremos ir y anunciar en medio de lobos.
Esta generación, vive engañada. Su corazón ha mutado y les hace ver “que todo está mal hecho”, por eso necesitan evadirse. Se escandalizan de los pecados de la Iglesia y no son capaces de mirar su interior; el mundo se asienta sobre la idea de que Dios no nos ama, porque si fuese Dios , ¿por qué sufro? Un dios que permite esto es un dios cruel, luego, Dios ¡no existe!
¿Seremos capaces, por amor a estas personas, de dejar nuestras seguridades, nuestra alforja, nuestro firme, nuestras sandalias y mostrarle nuestras llagas sanadas? Tenemos la misión de anunciarles que nuestra vida es un hermoso poema que Dios ha escrito y que cada año de vida es un verso nuevo, un hermoso verso de amor. Entonces podrían ver que todo lo que ocurre nos da la vida, no nos la quita; que los acontecimientos fuertes me hacen más cercano a Dios si estoy en su Amor. Que un hijo no te quita la vida; que tu hermano no te quita la vida; que tu marido no te quita la vida; que tu mujer no te quita la vida… La vida me la quita mi incapacidad de darme a ellos, de amarlos tal y como son. Y esto es así porque me he alejado del Amor de Dios.
Decía Chesterton: “Una vez que Dios ha desaparecido de nuestra vida, cualquier cosa puede ocuparla”, y de seguro que nos volverá “hombres grises”.
Juan Manuel Balmes