«Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta. “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto”. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”». (Mt 2,13-18)
Después de haber adorado al Niño en Belén, los Magos se sienten contentos y satisfechos. Les ha merecido la pena el largo viaje que ha realizado. Contemplándose en el regazo de su Madre has pasado unas horas llenas de felicidad. Por fin han podido ver al Rey con sus propios ojos, les ha sonreído, y María y José se están alegres con los regalos. Ya pueden regresar tranquilamente a sus palacios y a sus estudios de astronomía. El camino de regreso se les presenta fácil. Ha compensado su largo viaje y retornan contentos.
Herodes en persona les espera impaciente en Jerusalén, deseoso se saber lo que han visto para —según su cínica afirmación— ir también él a adorarle. Posiblemente los pensamientos e intenciones de los Magos eran regresar por donde habían venido e informarle, sin embargo, el Señor tiene otros planes. Y así, “habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino” (Mt 2,12).
Iniciaron su regreso por otro camino. Quizá pasaron cerca de Jerusalén, pero sin llegar a sus puertas, bordeando la orilla occidental del Mar Muerto. Debieron costear la fortaleza de Masada y, después de pasar junto a las ruinas de Sodoma y así abandonaron los terrenos de Herodes entrando en el reino de los nabateos. La vía de regreso se extiende ahora ya libre ante sus ojos por caminos que conocen.
En Jerusalén Herodes espera en vano noticias de estos extraños personajes y se impacienta. Cuando sus espías le comunican que ya han abandonado su territorio, el rey estalla en cólera. El Evangelio dice de manera clara: “Al verse burlado por los Magos Herodes montó en cólera y mando matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los Magos” (Mt 2,16-17). Fue una de esas decisiones que le habían hecho acreedor de una merecida fama de cruel y vengativo. De noche, para no alarmar a la ciudad, envía un pelotón de soldados con tan cruel indicación.
Podemos imaginarnos el dolor de las madres de estos inocentes y la impotencia de los padres para impedir tan enorme crueldad. Posiblemente también los verdugos sentirían pena por lo que estaban haciendo, pero no podían oponerse a las órdenes del terrible monarca. No sabemos el número de niños a los que asesinaron. A ellos la Iglesia les venera como “Los santos inocentes”. No llegaron a conocer a Jesús, pero murieron por su causa. Es la razón por la que podemos tener la seguridad de que se encuentran ahora en el Cielo. Les pedimos a ellos que intercedan por muchas cosas. En particular por los niños concebidos, aunque todavía no nacidos que son fruto del funesto crimen del aborto. Hoy son muchos más los que mueren por esta práctica que es tan criminal como la que realizó Herodes hace dos mil años. Se comprende así la inscripción que muchas personas de movimientos pro vida indican en sus pancartas ante las puertas de las clínicas abortivas: “Herodes mató a menos niños”.
Pedro Estaún Villoslada