«En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según su costumbre les enseñaba. Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es licito a un hombre divorciarse de su mujer?”. Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”. Contestaron: “Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”. Jesús les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios ‘los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”». (Mc 10,1-12)
¿Nos parece complicado este evangelio? ¿Significa para nosotros una buena noticia o por el contrario parece un poco trasnochado?
Parece que no tiene que ver nada el comienzo del evangelio de hoy con el tema que se trata, pero no es así. Tenemos unos conceptos de Iglesia y de cristiano que muchas veces están equivocados ya que han sido concebidos por nuestra forma particular de pensar. Nuestro nuevo Papa Francisco nos está sorprendiendo enormemente porque está hablando alto y claro sobre la misión real de la Iglesia y de los cristianos.
El evangelio comienza presentando la verdadera misión de la Iglesia en el mundo de hoy, a través de la figura de Jesucristo, del que dice la Escritura que estaba en camino de Judea y Transjordania y enseñaba a los que a Él se unían. La misión de los cristianos es estar en constante movimiento enseñando, predicando la buena noticia, el Kerigma, a tiempo y a destiempo.
Ante esta libertad, que nos escandaliza tantas veces, nos acercamos a Jesucristo con la ley domesticada y buscamos destruir su Palabra. Pero la verdad es indestructible. ¿Es licito abortar? ¿Es legal? Dirá San Pablo —un gran fariseo, por cierto— que el demonio, tomando ocasión de la ley, nos sedujo y nos mató. Estamos rodeados de leyes inmorales que hemos fabricado a nuestra medida de hombre viejo, caduco, ñoño, mentiroso. Si esta Palabra te escandaliza hoy es que no has conocido el amor de Jesucristo que te ama y te amará, seas como seas. Por eso no podemos entender nada del Sermón de la Montaña, porque esta Palabra es para el hombre nuevo, libre, que ha sido rescatado de la muerte y se le ha concedido la fidelidad. Si algún día yo me divorciara de mi mujer rompería la columna vertebral de mi existencia. Mi matrimonio es la zarza ardiente de Moisés, ese lugar sagrado, frágil, lleno de fuego pero que no se consume porque es Dios el que lo sostiene. En cuanto Dios desapareciera dejaría de ser sagrado y se consumiría en menos que canta un gallo.
El Señor nos invita hoy a no mirar este evangelio desde el concepto de ley que tenemos los humanos, sino desde la ley del amor que Dios nos ha mostrado en Jesucristo. Sed santos porque vuestro Padre celestial es santo. ¿Si hacéis lo que hacen los paganos como podrá reconocer hoy esta generación que Jesucristo está resucitado? Ánimo, Él ha vencido el mundo.
Ángel Pérez Martín