«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”». (Mt 7, 7-11)
Aquí el Señor nos dice abiertamente: “Pedid, Buscad, Llamad…” El camino del cristiano es, ante todo, un ejercicio continuo de conversión. Es una invitación a que regresemos a la casa del Padre. En cierto modo, se trata de que ya no sea solo Dios quien tenga que salir a nuestro encuentro, sino que también nosotros le busquemos a Él. Como bien dijo S. Agustín, “la Omnipotencia de Dios está sujeta a nuestra oración”. No es llegar a la simplona idea de que “ya Dios sabe qué es lo que necesito…” Debemos ser proactivos, como signo de humildad y, sobre todo, porque el mero hecho de acercarse a Dios con la oración de petición nos ayuda, muchísimo, a una vida de piedad que nos llevará a la adoración y a la acción de gracias.
“Pedid y se os dará”. Debemos pues acercarnos con plena a confianza a Dios para presentarle nuestras necesidades, para decirle que no podemos hacer nada sin su ayuda. “Buscad y encontraréis”. Buscarle a Él, que se esconde detrás del Pan y el Vino Eucarísticos, para alimentarnos; detrás de sus ministros, los sacerdotes, para darnos el perdón de nuestros pecados; detrás del rostro de cada persona, de cada circunstancia de la vida. Cuando nos encontramos con Dios, hacemos la experiencia de la verdadera felicidad.
“Llamad y se os abrirá”. Toquemos a la puerta de su corazón, con insistencia y sin temor. Porque necesitamos entrar; salir de nosotros mismos, para gozar de la dicha de vivir con Él.
En toda búsqueda hay algo inquietante, misterioso. No se tiene la certeza del éxito. Pero en nuestro caso no es así. Cristo nos promete el éxito y nos asegura que no es muy bueno para esconderse; le gusta dejarse encontrar. Cristo jamás nos engañará.
La oración es importante. Fundamental. La oración revela al hombre el propio hombre. Rezar por nosotros, rezar por los demás, rezar por los que rezan. Es el reconocimiento de nuestro límite y de la necesidad de Dios, de su grandeza, de su Amor. La oración siempre cuesta y nunca estaremos satisfechos de ella. Pero hay que insistir. Luchar por esos ratos diarios. No dejarlos jamás.
Después de la Eucaristía, es quizá la oración el momento más importante de nuestro día de hijos de Dios, siendo nuestro modelo el mismo Cristo, meditando cuándo, cuánto y cómo rezaba Jesús en el Evangelio.
El gran mal y el mayor error del mundo es que el hombre ha abandonado la oración… “Así, es lógico que el maligno campe a sus anchas», decía Santa Lucía. Es la falta de unión del hombre Con Dios mediante la oración.
La familia ha de ser «una escuela de oración». Todos los cristianos no se pueden conformar con una oración superficial. Si no, se termina buscando sucedáneos… Todos muy dañinos.
«Si te pones a hacer oración, quédate tranquilo…, será el mismo Dios quien hará la Oración por ti y contigo…»
Manuel Ortuño