«En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”». (Lc 11,29-32)
Ya inmersos en el tiempo de Cuaresma, el evangelista Lucas nos presenta hoy, con este pasaje, una invitación a la escucha de la Palabra (predicación-Kerygma), al arrepentimiento, a la penitencia y a la conversión.
A diferencia de Mateo y Marcos, Lucas encuadra este fragmento de su Evangelio en el contexto de la escucha de la Palabra de Dios y de su puesta en práctica. En el versículo inmediatamente anterior (Lc 11,28) Jesús responde a la mujer que le grita: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron», con una afirmación rotundísima: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan (la ponen en práctica)».
En los respectivos paralelos a este pasaje en los otros dos Sinópticos, Marcos dice que no recibirán ninguna señal aquellos que la pidan (porque la piden perversamente) y Mateo dice que no recibirán más señal que la señal de Jonás. Y explica cuál es esta señal de Jonás: «Porque así como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40). Este es el único signo, la única señal que recibirá esta generación incrédula y perversa, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, el único signo de salvación.
Pero hoy nos ocupa este evangelio de Lucas. Aquí también aparece como única señal la señal de Jonás, pero el matiz es diferente. Dice Lucas que Jonás fue señal para los ninivitas. Pues del mismo modo que Jonás se convirtió y cambió de actitud, después de ser tragado por el cetáceo y vomitado de nuevo a la vida, aceptando la misión que Dios le había encomendado de predicar en su nombre en Nínive, sin escaparse y confiando en Dios a pesar de sus temores, así los propios ninivitas escucharon la Palabra de Dios por medio de la predicación de Jonás y se arrepintieron y se convirtieron. Y Dios tuvo misericordia de ellos y también se arrepintió del castigo que tenía preparado.
Lucas presenta a Jesús como alguien muy superior a Jonás y a Salomón. La predicación de Jesús es muy superior a la de Jonás, y la sabiduría de Jesús, inmensamente superior a la de Salomón.
San Pablo, al comienzo de su primera epístola a los corintios (1Co 1,17-25), ya habla de esta sabiduría que «nosotros» predicamos. Dice que «… mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,22-23).
Nosotros somos esos llamados. Llamados a escuchar la Palabra de Dios por medio de la Predicación de la Iglesia. Llamados a creer en ella. Llamados a guardarla y ponerla en práctica. Llamados también a transmitirla a todo hombre. Porque Dios ha querido salvar al mundo mediante la necedad de la Predicación (Kerygma) (1 Co 1,21).
Hace hoy una semana comenzó la Cuaresma. En la celebración del Miércoles de ceniza, cuando se nos impuso esa ceniza, se nos hizo este llamamiento: que nos convirtiéramos y que creyéramos en el Evangelio. ¡Conviértete y cree en el Evangelio!
Convertirse es cambiar de vida. Convertirse es mirar al Señor. Dejar de mirarnos a nosotros mismos, a nuestros planes, proyectos, deseos, intereses, gustos, apetencias. Convertirse es poner nuestra vida entera en manos del Señor. Saber que es Él quien lleva nuestra vida, que su voluntad es muchísimo mejor que la nuestra, que Él sabe lo que nos conviene y nosotros no lo sabemos (los griegos buscan sabiduría). Convertirse es aceptar y adherirse totalmente al Signo de la Cruz de Cristo, mediante el cual Él nos incorpora a su Misterio Pascual, a su propia Vida en Dios. Esta es la verdadera Sabiduría que nos presenta hoy la Iglesia por medio del Evangelio.
Vivimos también hoy en medio de una generación incrédula y perversa, que ha prescindido de Dios y solo busca su propia voluntad en todo. Que se ha ensoberbecido en su necedad interpretándola como sabiduría (científica, social, económica, jurídica, etc.), y que pide signos y señales llenas de superstición e ignorancia. En medio de esta generación, nosotros somos llamados a brillar como luz del mundo, reflejando con nuestras obras y palabras la Verdadera Luz que ilumina a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, Jesucristo Resucitado. Convirtámonos al Señor con humildad y sinceridad de corazón. Aprovechemos toda oportunidad que se nos brinde de reconocer dónde está la verdadera Sabiduría y la verdadera Vida.
Por la intercesión poderosa de la Madre de Jesús, la que le llevó en su seno y le amamantó, la verdaderamente dichosa y bienaventurada, la que escuchó y guardó la Palabra de Dios en su corazón, acojamos hoy esta palabra y pongámosela en práctica.
Ángel Olías