«Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenla tierra, y, corno la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga”». (Mt 13,1-9)
Quizá esta Palabra pase como una estrella fugaz en tu existencia. Lectura conocida y, por supuesto, más sabido su significado, ya que, si seguimos leyendo al evangelista Mateo, el mismo Jesús desmigaja todo el saber que contiene esta parábola.
Para mí esta Palabra es totalmente actual y viene dirigida, principalmente, a todos los que pensamos que somos Iglesia. Digo esto porque dice la parábola que salió el sembrador a sembrar y repartió la semilla (su espíritu) por todos los rincones. No sé si soy muy pesado al repetir constantemente que: solo se puede ser cristiano con el espíritu de de Jesucristo, y este es algo gratuito. Continuamos creyendo ─de forma habitual─ desde un pensamiento utópico, que aquellos que toman el camino del servicio a Dios a través del misionado, el sacerdocio, la clausura etc. son gente especial, diferente a nosotros; esto es una gran mentira del demonio.
La santidad viene de la unión con Dios a través del espíritu de Jesucristo, que es el que nos permite posicionarnos con una apertura a la vida a través de cualquier carisma, y que produce en la Iglesia esos frutos de los que habla la parábola.
Bien, pues decía que esta palabra viene a todos los que nos creemos hoy Iglesia y nos pregunta: ¿Dónde están esos frutos en tu vida? Porque si esos frutos no están, puedes estar engañado. Podrías estar al borde del camino. ¿Cómo saberlo? Haces y haces cosas piadosas, cumples, pero tu voluntad que no te la toquen. La obediencia no es lo tuyo. Tú interpretas esta parábola a tu conveniencia, seguramente. Porque el camino lleva a la cruz. Y en la cruz es donde tu voluntad se funde con la voluntad de Dios, y de esta unión se dan los frutos de vida eterna que dio Jesucristo para que tú y yo fuéramos salvos.
O quizá resulta que lo tuyo es ser camino pedregoso donde no existe la profundidad; no hay experiencia de Dios porque no te terminas de fiar. Quieres, pero a la hora de la verdad, siempre tienes un motivo para “escaquearte”. Eres tibio, como dice el libro del Apocalipsis. Al tibio, al poco profundo, le espanta la cruz porque no puede ver en ella el amor de Dios y siempre que esta aparece huye. Por lo tanto, no ve nunca en su vida esos frutos de vida eterna, ya que los acontecimientos de sufrimiento (el sol) secan la fe sin madurar esos frutos que no son propios de nuestra naturaleza de hombre terrenal, sino del hombre del espíritu que vive sabiendo que Dios existe.
O simplemente es que vives entre zarzas. Cuántos vivimos así. Una vela a Dios y otra al demonio. Sabemos que la felicidad está en darse a los demás, en hacer la voluntad de Dios, en el amor en la dimensión de la cruz. Pero, ¡cómo nos tira el mundo con sus concupiscencias, sus cotilleos, sus flirteos, su sexualidad, su riqueza, su apariencia…! Ya lo anticipaba nuestro hermano Pablo a los convertidos de Corinto: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne”. (I Co, 6 15s)
Esta prostituta es la zarza (el mundo), y convivir con ella (prestigio, dinero, poder, ambición, belleza, moda, afectos, etc.) después de haber sido rescatados de nuestra miseria solo tiene un fin: el ahogo del hombre del espíritu.
¿Qué tengo que hacer para ser tierra buena?, quizá te preguntes hoy. María te aconseja decir “Hágase” a la historia, a la voluntad de Dios en tu vida y Jesús te invita a decir: pase lo que pase, que se haga siempre tu voluntad Padre y no la mía. La tierra buena es aquella donde no se huye de la cruz, donde se reconoce en ella la fuerza de Dios, el punto de unión con el Padre. Todo aquel que entra en la cruz con Jesucristo y muere, da mucho fruto para la vida eterna; mientras que si el grano de trigo no muere, se queda solo, fuera del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas… Y se seca, es devorado por las aves o asfixiado por el poder de la zarzas.
Ángel Pérez Martín