«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: ‘El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio’. Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio”». (Mt 5, 27-32)
Jesucristo no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, a llenarla de contenido. Y este pasaje evangélico de hoy da muestras de ello. Moisés aceptó el divorcio por el corazón obstinado de su pueblo —como señala el mismo Jesús en otro momento de la Escritura— pero el Hijo del Hombre repara la indisolubilidad de la unión entre los esposos. Y no lo hace por fastidiar, por rizar el rizo o por mera transgresión. Como todo acto de Cristo, la razón primera y última es el amor. Conoce bien nuestro corazón y sabe bien que de él brotan los manantiales de la vida… y de la muerte: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre… Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». (Mc 7, 5; 21-23)
Nuestro corazón es lo más íntimo de nosotros, y a veces nos juega malas pasadas. Por un engaño del demonio podemos pensar que seguir a Cristo no siempre compensa; que el camino de la cruz —y de la salvación— es innecesariamente empinado. Entonces podemos caer en el riesgo de buscar pensamientos, deseos, acciones y omisiones que lo enturbian, dejando al final un poso de tristeza y soledad maquillado de falsa libertad. Y un corazón así de manchado y atado no puede subir hasta el Señor.
Jesús habla alto y claro: “Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno”. Porque nuestro corazón está hecho para amar y ser amado, y no se puede resignar al hastío del vivir para uno. Somos vasos de arcilla, tan quebradizos y frágiles que cualquier golpe o contratiempo nos puede fracturar, pero Dios nos previene contra ello y manda el soplo del Espíritu Santo para que nuestro barro brille con destellos de oro.
En estas ocasiones en que el corazón se encuentra enredado entre la maleza del desencanto y la prueba recurramos a María, siempre presta a ayudarnos en nuestro combate diario. ¡Mírame con compasión, no me dejes Madre mía!
Victoria Serrano